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Cristina Losada

Trampa sin tregua

El tinglado del País Vasco sirve para dar vía libre a las cesiones de soberanía, allí y en Cataluña. Todo aquí es una trampa. Y sin tregua.

Hay una luz, y no es aquella del Pardo de la que nos mofábamos. Es la que quiere ver Javier Rojo, y que no quiere perder aún a riesgo de parecer iluso. Es la luz que ha sacado el gobierno al escenario para que al contraste con su fulgor, se oscurezca el espacio donde tira y afloja con la ETA. Pero algo tiene en común esta luz con la de antaño. Ambas presuponen la infantil credulidad del ciudadano. Su incapacidad para distinguir retórica y realidad. Y su deseo, en este caso, de obtener duros a cuatro pesetas. Como ilusionados buscadores de la paz, los dirigentes socialistas venden mejor la mercancía y se ponen la venda por si llega la herida.
 
Démosles un voto de confianza, nada se pierde por intentarlo, dicen los bienpensantes. Y, sin embargo, se equivocan. Porque ya se ha perdido. Hace un año y pico, se trataba de echar a una ETA que seguía en el Parlamento Vasco atrincherada en la desobediencia del PNV a la ley. Ahora, no sólo ha retornado allí, sino que se le da rango de interlocutor, y el jefe de la ilegalizada Batasuna se planta ante la justicia con una fórmula similar a aquella de “no sabe usted con quien está hablando”. Un farol, quizás, pero de faroles va el juego que el gobierno ha propiciado.
 
Y no es, con todo, ese retroceso en el arrinconamiento político de los terroristas lo más grave. Sino la creación de expectativas en un final dialogado y sin precio político de la banda. O con un precio asumible, que esa es otra carta que mantienen de canto, a media luz. La esperanza, alimentada por el gobierno y coreada por cómplices y cuates del terror, de que existe una oportunidad para la paz, give peace a chance, crea un atractivo espejismo. La sociedad, harta de ETA, quiere que sea real. Máxime cuando los terroristas hacen sentir una presión calculada. De ahí a dar la bienvenida a un proceso de paz y a tragar después ciertas concesiones con tal de acabar de una vez por todas, sólo van unos pasos.
 
Tan pocos pasos van que el espejismo ya ha tomado cuerpo sin que haya hecho falta el calorcillo de una tregua. Ya se habla y se escribe de un proceso de paz. Curioso proceso ése, como salido de la lámpara de Aladino, mientras la ETA pone bombas y mantiene la sartén explosiva por el mango. Ah, pero esos atentados, explica el de la luz, estaban en el guión. ¿De qué película? Por pensar bien, pensemos que se trata de la famosa serie de Irlanda del Norte, que tanto se invoca. Pues bien, mejor será que no compremos la entrada. No es sólo que las condiciones difieren, sino que el IRA sigue reclutando gente, roba y extorsiona, acaba de asesinar, y los extremistas de ambos bandos, pues allí son dos, triunfan en las elecciones.
 
Como para hacer un remake. Uno recuerda aquello que una etarra le decía a otro en prisión, entre risas, de que a Rodríguez había que convencerle de ser el Blair español y futuro Nobel de la Paz. Y puede pensar que el que tanto va de ingenuo, ha caído en la trampa. Pero no es tan sencillo. El tinglado del País Vasco sirve para dar vía libre a las cesiones de soberanía, allí y en Cataluña. Todo aquí es una trampa. Y sin tregua.

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