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Cristina Losada

Trastornos del ZPSOE

Zapatero, como el charlatán profesional, exagera más allá de lo verosímil cuando percibe en la clientela dudas sobre la bondad y eficacia del producto.

La pulsión de Zapatero por reescribir la Historia carece, como toda buena pulsión, de límites. Así, nos enterábamos por su boca, hace dos días, de que hasta ahora no había existido en España un verdadero Estado de las autonomías. La sorprendente noticia de que era falso el que teníamos la dio ante los hombres de su partido que venían ostentando presidencias autonómicas sin conciencia alguna de lo ilusorio de su posición.

Y se creían que eran alguien, pobres diablos. Eso sí, asistieron in situ al advenimiento, qué digo, a la creación, que ése fue el término, del régimen autonómico auténtico.

Bajo los gobiernos de UCD, de Felipe González y de Aznar había una especie de cosa descentralizada y tal, pero tuvo que llegar Zapatero a La Moncloa y pasar seis años de profunda reflexión para concebir y dar a luz el modelo fetén. En el libro del Génesis o del Guinness de la democracia española habrá de figurar en letras rojas una nueva fecha histórica e histriónica. Y junto a ella, la receta del éxito. El secreto está en la pasta. Ahora, por fin, se ha distribuido el parné en perfecta concordancia con la España real, y no con la irreal, como se hacía antes de ZP. Una tara que no impidió que él y su partido aceptaran, en 2001, la financiación negociada por el gobierno del PP.

El hecho de que Zapatero haya incurrido en tales grotescas deformaciones de la realidad para vender al público el nuevo sistema de financiación autonómica es significativo. Como el charlatán profesional, exagera más allá de lo verosímil cuando percibe en la clientela dudas sobre la bondad y eficacia del producto. La comicidad de sus argumentos no debe de oscurecer, sin embargo, su peligrosidad. Bajo tales desafíos a la razón yacen un oportunismo compulsivo y una falta de conocimiento y de respeto hacia la experiencia acumulada. Está arraigado en la tradición socialista el afán por hacer tabula rasa. Pero así como otros saben lo que destruyen, nuestro personaje simplemente lo ignora.

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