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Cristina Losada

Trump y la rebelión de las bases

El ascenso de Trump es, en cierto modo, la clásica historia del demagogo que triunfa en épocas de incertidumbre y descontento.

El ascenso de Trump es, en cierto modo, la clásica historia del demagogo que triunfa en épocas de incertidumbre y descontento.
EFE

La retirada de Ted Cruz deja vía libre a la nominación de Donald Trump como candidato republicano a las elecciones de noviembre en Estados Unidos. En realidad, Cruz se retira a la fuerza, consciente de que se ha quedado sin opciones. En cada ocasión en que el multimillonario neoyorquino parecía que iba a perder fuelle, se ha recuperado, y ha quedado pulverizada la posibilidad, acariciada estos meses, de que los republicanos se sacaran de la manga un tercer hombre en el último momento.

El ascenso de Trump es, en cierto modo, la clásica historia del demagogo que triunfa en épocas de incertidumbre y descontento. Ha logrado conectar con grupos sociales perjudicados por la crisis y la globalización, que creen que levantar muros –contra la inmigración, para el proteccionismo, para la seguridad– es la respuesta adecuada a sus problemas. Tanto sus simplezas y sus insultos como su ignorancia y su desprecio por los expertos han sido puntos a su favor en un entorno de gran desconfianza hacia las élites y las instituciones, incluidos el Gobierno y los medios.

En Estados Unidos hay una larga tradición de candidatos populistas, cuyo inicio algunos datan en las elecciones que, a principios del XIX, enfrentaron a Jackson, de origen rural y humilde, de escasa formación, luchador y bravucón, con Quincy Adams, típico miembro de la élite de Boston, viajero, políglota y titulado por Harvard. Esta dualidad reaparecerá una y otra vez en la historia política norteamericana. En aquella ocasión ganó el hombre del pueblo. Pero Trump añade al populismo algo inédito en la democracia americana: los rasgos autoritarios del hombre fuerte.

Quizá es difícil entender desde Europa, y sin duda desde España, que un hombre tan rico como Trump pueda jugar la carta populista y ganar apoyo entre los trabajadores (blancos), pero un empresario que ha hecho dinero no suscita en todas partes resentimiento y sospecha. Aunque Trump no ha sido precisamente un buen gestor. De ahí el chiste que hizo Obama en la cena de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca: "Hay un área en la que la experiencia de Donald puede ser útil, y es el cierre de Guantánamo. Donald sabe mucho de cómo acabar con inmuebles en primera línea de playa".

Trump ha ido ganando con un discurso no sólo contra el establishment y el sistema, en general, también contra el establishment del Partido Republicano, en particular. Es más, se ha ido apuntando primarias a pesar de que todas las facciones ideológicas republicanas, salvo los duros en inmigración, lo han visto con "recelo, repugnancia, sospecha, miedo", como cuenta el columnista Ross Douthat. "Los provida, los halcones en política exterior, el Club for Growth, los libertarios… nadie piensa que Trump esté realmente de su lado". Ni siquiera es un auténtico conservador, como se ocuparon de airear las huestes de Cruz, con poco éxito.

El triunfo de Trump en las primarias representa una rebelión de la base electoral republicana contra el partido, y al tiempo es consecuencia de la política, esto es, de la antipolítica que ha hecho el partido. Trump ha conseguido cosechar parte de lo que sembraron los republicanos durante años. Es el monstruo que contribuyeron a crear. Si pierde en noviembre frente a Hillary Clinton, como es probable, tal vez se produzca una catarsis en el republicanismo. Pero ahora ya no pueden pararlo. Le guste o no a la élite del partido, y no le gusta, Trump va a ser el candidato a la Casa Blanca. Le darán el espaldarazo con la nariz tapada, pero se lo darán. Esta batalla la han ganado las bases. Y Trump, claro está.

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