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Cristina Losada

Trumpismo, fascismo y berberechos

Para aproximarse a las causas de la arrolladora victoria de Ayuso en Madrid, hay que preguntarse qué hizo por Madrid el Gobierno central durante la epidemia.

Para aproximarse a las causas de la arrolladora victoria de Ayuso en Madrid, hay que preguntarse qué hizo por Madrid el Gobierno central durante la epidemia.
Isabel Díaz Ayuso. | EFE

Para aproximarse a las causas de la arrolladora victoria de Ayuso en Madrid, hay que preguntarse qué hizo por Madrid el Gobierno central durante la epidemia. La pregunta es la de los Monty Phyton en La vida de Brian, con una diferencia: los socialistas y sus socios no hicieron lo mismo que los romanos. No hicieron, en realidad, nada. Nada bueno. A fin de cuentas, la contención del virus en España ha recaído prácticamente en los Gobiernos autonómicos, desde el fin de aquel primer estado de alarma del confinamiento domiciliario.

Lo que sí hizo el Gobierno Sánchez, acto seguido, fue ponerse en contra del Gobierno regional que estaba lidiando con una crisis sanitaria de carácter y dimensiones inéditas y que, por las peculiaridades de Madrid, era allí más compleja que en otros sitios. Alguien pensó, en Moncloa, en Ferraz e incluso en Galapagar, que decir a todas horas que la situación de Madrid era lo peor de lo peor y hacer de Madrid el chivo expiatorio del terrible balance de la epidemia en España era una jugada maestra. Nadie pensó que tales barbaridades iban a ser percibidas a pie de calle en Madrid como un golpe injusto e innecesario a la comunidad, incompatibles con la colaboración que se pregonaba al mismo tiempo y motivadas únicamente por el deseo de dañar al rival político.

En las elecciones madrileñas se ha votado en contra de aquella guerra declarada contra el Gobierno regional, y percibida como una guerra contra Madrid. Pero se ha votado también a favor de un modo de afrontar la epidemia que no es ningún disparate, por más que lo digan sus críticos, y que consiste en contener el virus causando los menores daños posibles a la economía, la vida social, la libertad y los derechos. Se ha seguido, podríamos decir, un modelo sueco, aunque con más restricciones que en Suecia. Claro que los que denunciaron el libertinaje madrileño –la vergüenza de Europa, decían– han preferido otras analogías. Con lo que llaman trumpismo, mayormente. Ay, esas analogías, qué estragos han hecho y siguen haciendo.

Y hay que decir lo evidente. En Madrid se ha votado a favor de una persona. A favor de una dirigente política, por raro que esto sea en unos tiempos y en un país donde el rechazo a los políticos es la norma. En la persona de la presidenta, muchos madrileños han visto a una defensora leal y combativa. Atacada en lo personal, despreciada, tachada de tonta o de loca, se vio que era capaz de resistir tanto la presión para denigrarla como la presión para liquidarla. Ayuso supo representar a Madrid, al espíritu que ha animado a tantos madrileños, como a tantos otros españoles, en la batalla contra la epidemia. Ha representado la voluntad de salir adelante en la adversidad, y eso es algo que no puede decirse de muchos de nuestros dirigentes.

Nada de esto saldrá, sin embargo, en las recapitulaciones de los derrotados. Decidieron que Ayuso era trumpista y que por eso iba a perder, y ahora han decidido que ha ganado porque era trumpista. Y como ha ganado por trumpista, resulta que ha ganado porque ha hecho el discurso más simple, más de parvulario y más para analfas. No como el complejo discurso de Gabilondo, siempre citando a Hegel. En sus pasajes más oscuros. Y qué decir de la sofisticada operación Democracia o fascismo. Va a ser ahora que las campañas electorales tienen habitualmente el tono de un seminario de Oxford. Va a pasar ahora por análisis que los socialistas han descendido a tercer partido en Madrid porque no saben hablar de cañas y berberechos. Cierto que fueron más de la lubina. Pero insultar al votante como remate de una faena que ya fue ofensiva, eso se sabe, y en cualquier taberna saben, que no es muy inteligente.

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