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Me congratula estar de acuerdo, al fin, con una opinión publicada en el diario El País acerca de la gestión, por el gobierno del PP, de los atentados del 11-M. Según unos “expertos antiterroristas”, citados en una información de este lunes, la convocatoria de las manifestaciones del día 12 marzo fue un “verdadero despropósito”. Eso mismo pienso yo. Sólo que mis razones son otras que las de los expertos.
 
Los anónimos profesionales critican las manifestaciones por improcedentes en una situación delicada en lo que concierne a la seguridad. Afirman: que se desviaron agentes policiales que podían haberse dedicado a perseguir a los asesinos, y que la presencia de millones de personas en las calles brindaba “un blanco fácil” a los terroristas. Esto último también es verdad para los actos de repulsa contra los atentados de la ETA. No son los matarifes del 11-M los únicos que quieren provocar “el mayor número de víctimas”, como dan a entender los expertos. Pero en estos casos, por encima del peligro, se sitúa un valor político y moral, manifestado en los ciudadanos que rehúsan atemorizarse.
 
La lucha contra el terrorismo de ETA, como recordaban el domingo en Ermua, ha tenido un fuerte componente de movilización ciudadana, unida al arrojo individual, que alcanzó su cenit en las manifestaciones contra el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Ante la masacre de marzo, el gobierno reaccionó en consonancia con esa costumbre. Que así lo hiciera, es una pequeña prueba más de hasta qué punto estaba –o le tenían- convencido de que había sido la ETA. No suspendió la convocatoria el día 12, cuando ya se sabía de las cintas coránicas y la tormenta de rumores y acusaciones se amasaba en el horizonte.
 
De hecho, las manifestaciones del viernes fueron la fragua de las que el sábado, más menguadas, pero en general más agresivas, se montaron ante las sedes del PP para exigir una verdad que entonces corría prisa saber. Allí se difundió el mensaje de que eran las bombas de Irak las que habían estallado en Atocha. Allí surgieron los primeros rifirrafes, discusiones y ataques a militantes del PP. No fue mal ensayo el de las manifas del viernes.
 
Puede que el PP convocara a las masas con el electoralista afán de unir en torno suyo a la ciudadanía, pero ese cálculo, si lo hubo, fue erróneo. Y no era tan difícil calcular bien: bastaba considerar la hipótesis islamista y recordar quiénes y contra qué se habían estado manifestando desde hacía un año por las calles españolas. Si el gobierno de Aznar hubiera mirado más o mejor por sus intereses, habría dejado a la gente en casa. Sacarla a la calle no fue lo único que hizo en su propio perjuicio. Es difícil imaginar cómo gente que demostró en ese trance tan poca sagacidad política pudo mentir con tanta sangre fría como los socialistas dicen que mintió.

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