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Cristina Losada

Vacunando a paso de tortuga

Un verdadero plan nacional de vacunación tiene un problema. Requeriría un grado de competencia del que ha demostrado carecer el Gobierno central.

Un verdadero plan nacional de vacunación tiene un problema. Requeriría un grado de competencia del que ha demostrado carecer el Gobierno central.
El ministro de Sanidad, Salvador Illa. | EFE

Los datos hablan. Desde el 27 de diciembre, día en que se celebró que Araceli Hidalgo fuera la primera española vacunada, hasta la víspera de Reyes se pusieron en nuestro país el 18,7 por ciento de las dosis de vacuna recibidas. Los datos hablan de que la vacunación marcha a paso de tortuga. El ministro de Sanidad dice que pronto, prontísimo, irá a “velocidad de crucero”. Como no ha dicho qué se va a hacer para alcanzar esa velocidad fabulosa, no podemos tomar su pronóstico en serio. De todos modos, si se incumple, siempre tiene el Gobierno un comodín. Las autonomías son las que deben poner las vacunas. Suya es la responsabilidad. Viva la descentralización.

La vacunación va lenta, y eso que era, es y ha de ser la absoluta prioridad. Se alegan problemas logísticos, que habrán aparecido sin que nadie sospechara que iban a aparecer. Se aducen fiestas, findes y vacaciones, como si tampoco se hubiera contado con el calendario y, más aún, con el sagrado calendario laboral. Y se tira por elevación: el cuello de botella, dijo el ministro, son las dosis que llegan a España. No hemos puesto ni la quinta parte de las que han llegado, pero lo que falla, según Illa, es el suministro exterior. Los comodines ya son dos.

La vacunación no sólo va lenta: es desigual. A este ritmo, un residente en Cantabria tiene muchas menos posibilidades de ser vacunado en los próximos meses que otro de la vecina Asturias. Los datos tienen su intríngulis. En Asturias se han puesto muchas vacunas, pero no se ha hecho reserva de la segunda dosis que ha de ponerse a los que recibieron la primera. Esa reserva se ha hecho en Galicia, y dado todo lo que puede salir mal y todo lo que ha salido mal, no parece un exceso de cautela. Pero la gran desigualdad en la vacunación, que tiene causas, también tiene consecuencias. Si se mantiene, unas comunidades llegarán a la inmunidad colectiva antes que otras, y la recuperación de la plena movilidad en España se retrasará. Los asimétricos estarán contentos.

No hay otra tarea más importante hoy que la de vacunar a la población. Y hacerlo no sólo con los mismos criterios, sino de manera homogénea en todo el país. La estrategia anunciada por el Gobierno, con sus tres etapas expuestas en bonitos recuadros, es poco más que un esquema. Pero un verdadero plan nacional de vacunación tiene un problema. Requeriría un grado de competencia del que ha demostrado carecer el Gobierno central.

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