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Cristina Losada

Zapatero y sus incivilizaciones

Quien se asocia y se amiga con dictaduras que lapidan a mujeres y ahorcan a homosexuales, nada puede objetar cuando masacran a sus súbditos, que no ciudadanos.

En España nadie se ha tomado en serio la Alianza de las Civilizaciones. Prueba de ello es que la durísima represión que está ejerciendo el régimen de los ayatolás no ha despertado curiosidad alguna por saber qué dice y hace al respecto ese tinglado que costeamos. No dice ni hace nada y a nadie le importa. No, desde luego, al Gobierno de Zapatero, que asiste en silencio a los acontecimientos, si es que asiste. Unas melifluas palabras de Leire Pajín en nombre de la dirección del PSOE ha sido todo cuanto se les ha escuchado decir a quienes van de paladines de los derechos.

Qué diferencia cuando, meses atrás, Zapatero se sintió tan concernido por un asunto exterior como el conflicto entre Israel y Hamás sobre el que realizó, serio y apesadumbrado, una larga declaración institucional. Hasta reclamó a Rajoy que se "mojase". La población civil de Gaza le preocupaba enormemente al presidente. La de Teherán no merece de él ni un mísero segundo de atención. La Alianza de Civilizaciones envió entonces a su Alto Representante, Jorge Sampaio, para expresar la clásica condena escorada. Ahora, silencio. No vaya a molestarse uno de los pocos socios del chiringuito que tan gloriosa y costosamente conmemora la cúpula de Barceló.

La teocracia iraní ha gozado siempre de las simpatías, más o menos contenidas, de la izquierda radical con la que Zapatero es uña y carne en política internacional y otros ámbitos. Por ese lado del mapa, no hay nada que esperar. Las bocas permanecerán cerradas y las cejas caídas mientras los ayatolás sancochan a los disidentes. En esas latitudes, un enemigo furibundo de Estados Unidos y de Israel es un amigo. Cuanto haga dentro de sus fronteras y aun fuera de ellas, cuenta con su aquiescencia o su indiferencia.

El mutismo de Zapatero y de su Alianza de Civilizaciones ante la represión en Irán no puede sorprender y, de hecho, no sorprende. A fin de cuentas, parte de reconocer como civilizados a los que no lo son. Y entiende que los derechos humanos, lejos de universalizarse, han de pasar por el filtro de las culturas. Quien se asocia y se amiga con dictaduras que lapidan a mujeres y ahorcan a homosexuales, nada puede objetar cuando masacran a sus súbditos, que no ciudadanos. Cada "civilización" tiene sus propios métodos represivos y la Alianza, con su diálogo intercultural, está ahí para respetarlos.

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