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Daniel Blanco

España - Holanda 2010: El Mundial de Iniesta, un cuento con final feliz

La selección empezó perdiendo, pero se rehízo. Una generación excelsa campeona cuatro años seguidos.

La selección empezó perdiendo, pero se rehízo. Una generación excelsa campeona cuatro años seguidos.
El gol que jamás olvidará España | EFE

15 de junio de 2010, Potchefstroom, Sudáfrica. En el campo de juego, una vez terminado el último entrenamiento de la selección previo a su debut en el Mundial, Vicente del Bosque mira a Toni Grande y no lo ve claro. "No sé si Andrés está para jugar". Iniesta venía renqueante a la cita mundialista, tras año y medio de lesiones constantes. El verano anterior la enésima muscular le había impedido jugar la Copa Confederaciones con España. 365 días después podía repetirse la historia. Ahora, un inoportuno percance le había dejado algo tocado y en el último amistoso antes de la cita, ante Polonia, Del Bosque le había sustituido por precaución.

El centrocampista llegó como llegó. Casi un milagro le hizo jugar pero se resintió en aquel nefasto debut mundialista ante Suiza con derrota española. Fue baja en la victoria ante Honduras pero volvió ante Chile. A partir de entonces lo jugó todo, Portugal, Paraguay y Alemania hasta llegar al 11 de julio en Johannesburgo. Nunca imaginó Iniesta que, un mes antes, estaba pensando en que el Mundial peligraba para él.

De la final de todos, de la alegría más grande que podemos recordar se ha hablado mucho. La rocosidad de Holanda, al límite del reglamento en muchas ocasiones, la dureza del partido, el nerviosismo. La impenetrable defensa rival haciendo muy complicado el partido. A España le salían pocas cosas en un partido tenso. El colmo de la ansiedad se vivió en el minuto 82. Arjen Robben se quedó mano a mano con Iker Casillas y el mundo se paró, toda nuestra ilusión se escapaba conociendo la habilidad del holandés, y éste los defectos que pudiera tener Iker. Pero el madrileño se volvió un gigante y, en un alarde de reflejos y con algo de fortuna, le paró el balón al delantero. España había salvado un match-ball.

A partir de ahí, la historia conocida. Una prórroga llena de nervios, de imprecisiones, hasta que Cesc vio a Iniesta y éste fusiló a Stekelenburg. Un gol para la eternidad, un gol por todo lo que había sufrido. En esa carrera hacia la banda se pasaron por la cabeza del manchego las lesiones, los infortunios de la vida, Dani Jarque. Todo en diez segundos.

Quedó la alegría de una generación que no ha vuelto, la Eurocopa de dos años antes y la de dos después. Luis Aragonés y Vicente del Bosque. Unos jugadores que se quisieron reivindicar otra vez en Brasil pero que no llegaron, presa del cansancio, de una decrepitud que empezaba. Lo bueno siempre es efímero.

Queda la cruz del equipo rival. Robben dijo luego que nunca vio la jugada repetida, que se le caería el mundo encima. Una generación excelsa que, cuatro años después, rozó la gloria en otro Mundial, pero que se terminó también, como la española. Ahora quieren renacer tras dos grandes competiciones sin aparecer. El fútbol no perdona.

De esa final del 11 de julio de 2010 queda la alegría de unos aficionados que nunca pensamos en ver a la selección campeona del mundo. Era ser muy optimista, pero esos jugadores te hacían creer que era posible. Una tarde de verano para la historia. Un cuento que empezó torcido para acabar en éxtasis.

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