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Daniel Blanco

Valverde y el día que se marchó Neymar

A Neymar le entraron deseos de ganar más dinero, pero perdió poder futbolístico. Aquella tarde Valverde perdió un jugador, pero ganó una batalla.

A Neymar le entraron deseos de ganar más dinero, pero perdió poder futbolístico. Aquella tarde Valverde perdió un jugador, pero ganó una batalla.
Neymar, cuando todavía jugaba en el Barcelona, con Ernesto Valverde al fondo. | EFE

Cuentan que Jon Azpiazu fue el que le comunicó de manera oficial la noticia. Siempre su hombre de confianza desde que se conocieron, allá por 1985, jugando ambos en el Sestao. Aquel equipo que dirigía Javier Irureta estuvo a punto de subir a Primera. Jon y Ernesto Valverde hicieron muy buenas migas, tantas que cuando se sacaron el título de entrenador no dejaron de trabajar juntos. Primero en el filial del Athletic, luego en el primer equipo, en Villarreal, en el Espanyol, en el Olympiakos, en Valencia y ahora en el Barcelona. Por eso agradeció Ernesto que fuera Jon quien le dijera, el pasado 1 de agosto, que Neymar no iba a continuar. Ya lo sabían los dos: era un secreto a voces, aunque el 3 de agosto se hizo oficial.

Y no puso mala cara el técnico de Viandar de la Vera. Primero algo de extrañeza por hacerse oficial casi a final de verano, ya sin tiempo para reaccionar. Luego, cuentan, que algo de alivio sí que tuvo. Neymar es un excepcional jugador pero a un entrenador se le hacen más fáciles las cosas si hay pocos gallos en un corral y, vistos los antecedentes, casi lo prefirió. Se resignó y le comunicó a su cuerpo técnico una idea que ya le venía rondando por la cabeza. Instalar el 4-4-2 en el Barcelona era ahora más fácil. Su esquema tipo en el Athletic veía la luz con la falta del brasileño, pero implantarlo definitivamente no iba a ser tarea sencilla.

El camino se presentaba con muchas piedras. Una, el Madrid en la Supercopa de España, eliminatoria nefasta para los intereses culés, humillados en los dos partidos. Por eso la cara de preocupación máxima el día del partido de vuelta en el Bernabeu. Ernesto Valverde parecía desorientado, pero debía insistir. No quedaba otra. Si no, se le iban a ver demasiado pronto los miedos propios del novato en un grande, del que nunca ha asumido un vestuario de esta responsabilidad. Dicen que en el camino de vuelta, digiriendo el primer traspié de la temporada, empezó a tomar notas. Quedaban tres días para el debut liguero ante el Betis en el Camp Nou. Ese día no se vio nada nuevo en el equipo, ni siquiera en el primer mes, con Dembélé recién llegado pero lesionado en el primer envite, en Getafe. No se atisbó nada hasta finales de septiembre pero lo que se veía gustaba. Empezando por una goleada a la Juve sin despeinarse, siguiendo con siete partidos de Liga ganados de manera consecutiva, hasta el empate en el Metropolitano, a mediados de octubre.

Tomó notas mentales y escritas Valverde en aquel AVE desde Madrid tras el baño recibido del eterno rival. El sistema con cuatro en el medio se tenía que perfeccionar. Primero haciendo jugar a Busquets con un medio centro más, casi a la misma altura. Después, jugando con futbolistas escorados a banda. Y para terminar, haciendo que Messi fuera un centrocampista más. En muchas ocasiones, que lo dispuesto en el terreno pareciera un 4-2-3-1, algo a años luz del estilo azulgrana, pero algo que a Valverde le servía para agarrarse y no caerse por el precipicio.

Y empezó a usar a Busquets y Rakitic de doble pivote, a Iniesta escorado en la derecha, a Messi de mediocampista, a Suárez como referencia. Incluso en algunos partidos a Paulinho de llegador por detrás, a Andre Gomes de cuarto medio. Dando oportunidades a Aleix Vidal, a Alcácer. Obligando a Jordi Alba y a Sergi Roberto (o a Semedo) a subir hasta la línea de fondo. Convenció a sus jugadores de mantener compromisos defensivos nunca vistos. Esos que le hacen ser, a día de hoy, el equipo menos goleado del campeonato. Y entonces llegó noviembre, y diciembre, y enero. Y llegó Coutinho y con él una opción más de extremo. Y se recuperó Dembélé, con el que tenía Valverde la pieza del puzzle que le faltaba. Jugar con dos en el medio, dos extremos, Messi por donde quisiera y Suárez arriba. Y el Barcelona sigue invicto en Liga, en Champions y en la final de Copa, competición en la que ha perdido su único partido del año, en Cornellá el pasado 17 de enero.

Y todo, gracias a una tarde de agosto en la que se decidió todo, en la que a Neymar le entraron deseos de ganar más dinero, pero con ello perdió poder futbolístico. Aquella tarde en la que Valverde perdió un jugador, pero ganó una batalla, pequeña entonces, enorme, casi una guerra, meses después. El Barcelona, si no hay nada raro se hará con un título de Liga muy alejado en agosto si las encuestas y las previsiones fueran algo tangible, real al cien por cien. A Valverde le vino, de repente, una solución de lo que parecía un problema gigante. Un escape a lo que parecía, sin remisión, un tunel muy oscuro.

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