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Daniel Griswold

La globalización y sus descontentos

Un título mejor para este libro hubiera sido: Joseph Stiglitz y sus descontentos. Lo que hubiera podido ser una lúcida visión de la globalización por uno de los economistas más conocidos, es más bien un mero ajuste de cuentas personales, distorsionado por los prejuicios del autor y su rencor personal.

El libro es especialmente decepcionante al considerar que Stiglitz es un economista de economistas. Ha escrito aclamados libros de texto en finanzas públicas y contribuido a la profesión para hacerse merecedor del premio Nobel en el año 2001. Desempeñó posiciones claves como presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Clinton y como economista jefe del Banco Mundial durante la crisis financiera del Este Asiático.

El autor alaba insinceramente el libre comercio y los mercados por fomentar el crecimiento y reducir la pobreza, pero luego dedica el resto del libro a atacar el "fundamentalismo de mercado". El objeto inmediato de su descontento es la institución hermana del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, a la que acusa de difundir el evangelio del mercado en países pobres y vulnerables. Su disgusto con el FMI y su personal se percibe desde el comienzo del libro. A diferencia de sus colegas del Banco Mundial, los analistas del FMI "estudian al detalle los números en los ministerios de economía y los bancos centrales, mientras se alojan cómodamente en hoteles cinco estrellas en las capitales…Desde un hotel lujoso, uno puede imponer cruelmente políticas sobre las que uno pensaría dos veces si conociera a las personas cuyas vidas está destruyendo".

Contrario al pensamiento económico desarrollado desde Adam Smith, el libro refuerza el mito que el proteccionismo enriquece a las naciones que lo practican. Stiglitz acusa a Occidente de manejar la agenda de la globalización, "asegurándose de recibir una tajada desproporcionada de los beneficios, a expensas de las naciones en vías de desarrollo". ¿Cómo han hecho los países ricos para asegurarse tales beneficios? Según Stiglitz, evitando abrir sus mercados a las exportaciones de los países pobres, mientras insisten en exigirles que abran sus mercados a las exportaciones del mundo desarrollado, además de subsidiar en forma permanente su agricultura, mientras persisten en reclamarles a los países del Tercer Mundo que eliminen sus subsidios industriales.

Todo eso es un absurdo económico. El más básico análisis demuestra que la imposición de barreras comerciales a las importaciones constituye un daño a la economía propia, no un beneficio. Los subsidios occidentales a la agricultura cuestan ingentes recursos a contribuyentes y consumidores, dejando a la sociedad entera en peor situación. Claro que las barreras y subsidios de los gobiernos de países ricos perjudican a las naciones en desarrollo, pero dañan a su propia gente aún más. Un reciente estudio del FMI muestra que la intervención agrícola cuesta a los países desarrollados 92.000 millones de dólares, en comparación con una pérdida de 8.000 millones de dólares en los países pobres. La desviación del libre comercio no le genera a Occidente "una tajada desproporcionada de los beneficios", sino una fracción desproporcionada de los costos.

Stiglitz hace eco de la tesis de Pat Buchanan acerca de que Occidente se enriqueció a través de una "protección inteligente y selectiva de algunas de sus industrias hasta que fueron lo suficientemente fuertes como para competir con las compañías extranjeras". En realidad, Estados Unidos se enriqueció a pesar del fuerte proteccionismo del siglo XIX. Una investigación hecha por Douglas Irwin de Dartmouth demuestra que las industrias protegidas no fueron líderes en productividad y que el proteccionismo retardó el crecimiento al crear monopolios internos y elevar el costo de los bienes de capital. Al presentar el proteccionismo como un "beneficio" y un camino comprobado hacia la prosperidad, Stiglitz fomenta esas políticas de países pobres que mantienen a cientos de millones de personas atrapadas en una aplastante miseria.

Rechazar la crítica de Stiglitz al libre mercado no es defender el FMI. El FMI ha difundido políticas muy cuestionables durante años, entre ellas la imposición de mayores impuestos y de tipos de cambio ajenos al mercado. Al facilitar el rescate de los países en dificultades financieras, el FMI salva a los gobiernos de las consecuencias de sus propias políticas erradas, incrementando la probabilidad de crisis futuras por el "riesgo moral", concepto económico clave que no es mencionado ni una sola vez en todo el libro. Y ¿no resulta muy extraño que una agencia internacional fundada por gobiernos, financiada con impuestos y manejada por políticos sea para Stiglitz y otros críticos de la globalización el gran símbolo del "fundamentalismo del mercado"?

Daniel T. Griswold es director asociado del Centro de Estudios de Política Comercial del Cato Institute.

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