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Se habló y escribió mucho tras las elecciones presidenciales del 2000, no sin cierta sorna, de las máquinas para votar empleadas a lo largo y ancho de Estados Unidos y, específicamente, en Florida. Como la forma en que se vota no se decide a nivel federal, varios estados y condados han cambiado desde entonces sus máquinas, optando por modernos sistemas electrónicos.

A los informáticos, claro, se nos han puesto los pelos como escarpias. Nosotros, que sabemos cómo funcionan los ordenadores, no les confiaríamos nunca una misión tan crítica sin estar prácticamente seguros de que sus protecciones no pueden saltarse así como así. Y el gremio useño, por lo visto, tampoco.

En Maryland, tras una prueba reducida a cuatro condados el año pasado, han decidido gastarse 55 millones de dólares para adquirir 11.000 máquinas a la compañía Dielbold con las que recoger los votos de las próximas primarias presidenciales. Pero un estudio ha revelado grandes fallos en el software de las mismas, que permitirían a un votante repetir varias veces su voto o a un hacker introducirse en el sistema para cambiar los resultados. Su uso está pendiente de una auditoría independiente. Aún así, están mejor que en California. Los artilugios de Maryland, al menos, producen un resguardo en papel. Las DRE (Direct Recording Electronic) californianas ni eso. Abren la puerta a un fraude masivo y, lo que es peor, indetectable.

Quizá por eso, alguno está pidiendo el uso de una tecnología distinta. El voto en papel. De acuerdo, no es tan bonito ni tan moderno, y los resultados tardan horas en lugar de minutos en enviarse a los medios de comunicación. No obstante, dado que las votaciones con máquinas electrónicas serán seguramente denunciadas, los resultados reales seguro que tardan más aún con ellas. Además, el voto en papel tiene mucha información adicional de la que carece el electrónico. Diferentes colores de tinta, distintos modos de marcar la X, hacen cada voto distinto, mientras que los sistemas automáticos tienden a hacer cada voto indistinguible de los demás, facilitando el fraude. No siempre es lo mejor recurrir al último grito de la tecnología, especialmente cuando ésta no está aún lo suficientemente desarrollada.

Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.

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