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Últimamente se viene hablando de dos perspectivas distintas a la hora de decidir si un mercado sufre o no de “monopolitis”: la europea, que se fija en el número total de participantes en el mismo, y la americana, que estudia la libertad de acceso a dicho mercado. Sin embargo, cuando uno entra a estudiar algunos sectores no tradicionales, como puedan ser las nuevas tecnologías, la duda consiste en averiguar qué se considera y qué no se considera un mercado.

Tradicionalmente, se ha considerado la venta de sistemas operativos como un mercado único, y desde esa perspectiva han juzgado muchos el caso Microsoft. Sin embargo, esa idea sería similar a considerar como único, por ejemplo, el mercado de la automoción, no tomando como posición de dominio la hipotética posesión del cien por cien del mercado de camiones, pues el porcentaje sobre ese mercado más general sería notablemente menor.

Sin embargo, en la informática la situación es aún más grave. Para comprenderlo deberíamos imaginar un mundo donde las carreteras fueran de dos tipos: para coches y para camiones. Ni los camiones podrían circular por las vías para turismos ni viceversa. Del mismo modo, las aplicaciones creadas para Windows no funcionan en Mac ni en Linux y viceversa. Cada conjunto de sistemas operativos incompatibles con los demás forman un mercado en sí mismo.

Es por esta razón que, bajo las dos perspectivas, Microsoft representa un monopolio del mercado Windows. Es el único operador en el mismo, y el secretismo que impera sobre el llamado API (parcial y deficientemente documentado) impide que otras compañías accedan a ese mercado creando sus propios sistemas operativos Windows. ¿Les suena rara la posibilidad de que exista un HP Windows 2002 o un Sun Windows 1.3? Curiosamente, esa es la situación del sistema operativo Unix desde hace mucho tiempo, debido a que su API es abierta y pública.

¿Y qué demonios es un API, se preguntarán ustedes con razón? Un API es un conjunto de llamadas al sistema operativo, una suerte de vocabulario que, expresado en lenguaje que entienden los ordenadores, permite a las aplicaciones dar órdenes al sistema operativo. Por ejemplo, crear una ventana, escribir un texto en pantalla, etcétera. Si el API de Windows fuera abierto y estuviera documentado correctamente, los competidores de Microsoft podrían crear aplicaciones en pie de igualdad con la gran compañía. Y, lo que es más, podrían crear sistemas operativos que ejecutasen esas órdenes y que serían clones del Windows de Microsoft.

Por eso, la sanción propuesta por el gobierno de Bush no está mal del todo, aunque dudo que se llegue a cumplir alguna vez. A Microsoft le resulta demasiado fácil seguir ocultando parte del API de Windows. Sería mejor si obligaran al gigante a publicar el código fuente de Windows, aunque fuera una versión algo más antigua que la actual, pues de ese modo se garantizaría que no deja nada oculto. Y, por supuesto, una multa de tomo y lomo. A ver si va a resultar ahora que las multinacionales pueden cometer un delito y salir airosas con un “vete y no peques más”. Muy evangélico, pero poco justo.


Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.

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