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Daniel Rodríguez Herrera

El otro fraude electrónico

Como en tantas otras facetas de la vida, cuando se habla de los fallos del comercio electrónico se tiende a fijarse sólo en una cara de la moneda (la supuestamente más "poderosa") olvidándose por completo de la otra. Así, en las relaciones laborales pensamos sólo en los empleados, cuando hablamos de alquileres pensamos sólo en los alquilados, al recordar el Próximo Oriente mencionamos sólo a los palestinos, etcétera. Es un modo sencillo de abordar un problema, pues olvidando que empresarios, caseros e israelíes también son personas, conseguimos resolver todos los problemas del mundo con métodos de tertulia de café.

Cuando oímos hablar del comercio electrónico, siempre escuchamos que no despega porque los usuarios no se fían y temen un posible fraude por parte de los vendedores. Sin embargo, pocas veces se mencionan los riesgos que tiene que afrontar cualquier empresa que decida dar el salto a la Red. Y es que resulta bien sencillo timar a un vendedor; basta con pedir al banco que rechace el pago, y éste se convierte en algo verdaderamente virtual.

En una transacción en Internet, se deberían tener en cuenta varios principios que la hagan segura: que haya alguna manera de saber que tanto comprador como vendedor sean quienes dicen ser, que toda el intercambio entre ellos quede registrado, sea imposible de modificar y de espiar por terceros y, por último, que nadie pueda echarse atrás posteriormente. Parece algo básico, que debe cumplirse en todo contrato, pero en Internet se ha popularizado un sistema en el que sólo la seguridad de las comunicaciones ha sido contemplada.

Así pues, un camarero pillín cualquiera podría cogerle el número de su tarjeta de crédito mientras se la lleva a la barra y utilizarla para comprar por Internet. Cuando usted reciba del banco la notificación de esos pagos, los anulará, como es natural. Y el vendedor se habrá quedado sin mercancía y sin dinero. En estas condiciones, lo que me extraña es que haya empresas que se lancen a vender en la Red.

La Ley de Firma Digital, aprobada sin pena ni gloria mientras todos nos preocupábamos de la LSSI, puede ayudar a solucionar estos problemas. No obstante, queda por ver si habrá muchos que se tomen la molestia de hacerse con esa identidad virtual para sus compras. De eso depende, en buena parte, el futuro de las compras cibernéticas.


Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.

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