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Corea del Norte es un país de 22 millones de habitantes en el que un millón forma parte del ejército y 200.000 hombres, mujeres y niños malviven en campos de concentración acusados de crímenes políticos. Si, niños también. Es evidente para toda persona bien formada en el marxismo-leninismo más básico que la culpabilidad política es responsabilidad familiar; el menor comentario político contrario al tirano puede llevar a toda su familia, de los niños más pequeños a los ancianos, a los campos de concentración.

Allí, suponiendo que las condiciones que en algunos de los campos más severos llegan a un porcentaje del 20% de mortalidad anual no les maten, las mujeres son forzadas a abortar para que las nuevas generaciones de disidentes políticos sean erradicadas, inyectando agua salada en sus úteros cuando están de ocho o nueve meses. Y si en algunos casos los niños logran nacer, los guardias se deshacen de ellos a patadas sin reparar en los lloros ni en su piel ensangrentada.

Los niños que tienen la mala suerte de haber nacido en una familia "mala" no sólo son encarcelados. Los campos de concentración son campos de trabajo. Kang Chol-Hwan, autor de "Los acuarios de Pyongyang", fue encarcelado porque a su padre se le ocurrió alabar el capitalismo japonés. Tenía nueve años. Le pusieron a cavar el barro, para construir los cimientos de un edificio, junto a docenas de su misma edad. Muchos caían redondos y sus cuerpos eran abandonados en las zanjas y aplastados por el cemento, mientras las autoridades negaban a sus padres la noticia de su muerte.

Las armas biológicas deben ser probadas, y qué mejor que unos traidores al partido para servir de cobayas. Soon Ok Lee relata como, en una ocasión, reunieron a medio centenar de presos en un auditorio donde les dieron de comer un plato de repollo cocido. En menos de media hora todos morían vomitando sangre. Durante todo el periodo en que estuvo encarcelada contempló la satisfacción de los científicos ante las pruebas positivas de sus productos bioquímicos.

El guarda Ahn Myong Chol relata como era adoctrinado para no tratar a los prisioneros como seres humanos. En ocasiones se les pegaba hasta dejar el hueso al descubierto, para después rociar con sal la herida. Un buen registro de fugitivos ejecutados podía llevarles a la universidad, por lo que muchos presos eran asesinados sin motivo para mejorar sus cuotas. Algunos usaban a los presos para mejorar sus habilidades en las artes marciales.

Pero el resto de Corea no es precisamente un paraíso. Manteniendo el quinto ejército más numeroso del mundo, se deja morir de hambre a dos millones de coreanos, para acusar después a la comunidad internacional de no haber ayudado. Mientras, el tirano comunista Kim Il Sung ocupa sus horas en sus colecciones de James Bond y el Pato Lucas.

Esto, que parece una película de horror, es una realidad documentada y narrada por los que han conseguido escapar. Me gustaría ver alguna vez una manifestación organizada por neocomunistas como Almodóvar, Fernán Gómez o Watling contra esta dictadura inhumana. Pero ellos están por indicar que Bush es un cowboy y un simplista por hablar del eje del mal. Se ve que es más chic clamar por las víctimas iraquíes que aún no se han producido que de los crímenes que acontecen a diario en sus dictaduras preferidas.

Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.

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