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Daniel Rodríguez Herrera

La elusiva propiedad intelectual

Resulta ingenuo pensar que eso vaya a cambiar por más leyes que se aprueben, a no ser que se destruya la red y se convierta en otra cosa, un paso que seguramente muchos gobiernos desearían dar, pero que parece difícil que se atrevan a tomar.

En la raíz de la Ley Sinde y todo el debate que ha generado está la lucha por los derechos civiles, que incluyen un proceso justo, sí, pero principalmente sobre el discutido y discutible derecho a la propiedad... intelectual. No deja de ser gracioso que algunos de los artistas que más rojos se proclaman y más dispuestos están a discutir el derecho a la propiedad luego aseguren, sin embargo, que se les está robando el pan de sus hijos mediante descargas por internet.

La mayor parte de nosotros, en cambio, tiene claro que robar es robar, y que coger cosas del supermercado sin pagarlas está mal. En cambio, no tenemos tan claro que sea un crimen descargar pelis o canciones de internet. Cuando cogemos algo de una tienda o se lo quitamos a alguien, ese objeto deja de estar ahí: su dueño no podrá hacer ya uso de él. Si acudimos al médico y nos vamos sin pagar, el tiempo que éste ha empleado en nosotros no lo podrá recuperar jamás. En cambio, nadie deja de tener la canción que nos bajamos de la red.

Con esto no quiero decir necesariamente que no exista derecho a la propiedad intelectual de las obras artísticas o las invenciones; simplemente hay que entender que es de una naturaleza esencialmente distinta al derecho de propiedad, digamos, tradicional. De ahí que sean tan ridículos esos anuncios del tipo "no robarías un coche, no atracarías un banco, pero eres tan joputa que te descargas pelis". Pues no, chico, aunque pienses que está mal bajarse cosas, nadie cree que un tipo sea mala persona por hacerlo, a no ser que tengas intereses propios en el asunto, claro.

El derecho de propiedad se puede estudiar como los derechos de uso y exclusión sobre un bien que poseamos. Es decir, que podemos usarlo como queramos y que además podemos impedir a otros que lo usen. El problema con se han encontrado en el nuevo siglo las diversas industrias del entretenimiento es que están perdiendo esa capacidad de excluir a quien no pague, porque para eso está esa biblioteca universal que es internet. Y resulta ingenuo pensar que eso vaya a cambiar por más leyes que se aprueben, a no ser que se destruya la red y se convierta en otra cosa, un paso que seguramente muchos gobiernos desearían dar, pero que parece difícil que se atrevan a tomar.

No obstante, el problema al que se enfrentan las industrias no es nuevo. Existen muchos otros bienes y servicios que padecen del mismo problema y cuyos productores han buscado soluciones. Por ejemplo, la televisión. ¿Paga usted por ver Gran Hermano? No, lo hacen sus anunciantes. Y una vez que está en las ondas lo puede ver cualquiera, y Telecinco no podría hacer nada por evitarlo aunque quisiera. La diferencia estriba en que no se comercializa del modo habitual, pagando un precio fijo a cambio de un bien o servicio concreto, sino por otras vías menos directas.

Yo estoy suscrito a Spotify porque me merece la pena, la verdad. Sé que no tiene un catálogo universal y cuanto más lo uso más música echo en falta, pero cumple con la mayoría de mis necesidades por cinco euros al mes. Seguramente si me ofrecieran buenos precios por servicios parecidos o de alquiler o de descargas de pago a precios bajos me apuntaría por la comodidad que supone. No sería el único.

Del mismo modo que para prosperar hay que respetar la propiedad, para ser un país puntero posiblemente haya que respetar la propiedad intelectual. Parece claro que todos tenemos claro que algunos derechos de este tipo existen, como el del reconocimiento a que una obra o un descubrimiento es tuyo y no del vecino que lo ha cogido y le ha plantado su nombre. Pero saber hasta dónde llegan será una de las grandes discusiones de este siglo y, la verdad, no me siento capaz de llegar a una conclusión. Espero que sepan perdonarme.

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