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Daniel Rodríguez Herrera

Su feminismo mata más que el machismo

Ahora que han cerrado el Parlamento y no permiten las preguntas de los periodistas críticos, tendremos que alzar la voz. Nos va la vida en ello. Esta vez de verdad.

Ahora que han cerrado el Parlamento y no permiten las preguntas de los periodistas críticos, tendremos que alzar la voz. Nos va la vida en ello. Esta vez de verdad.
Las contagiadas Carmen Calvo y Begoña Gómez, en la manifestación del 8-M en Madrid | C.Jordá

El Gobierno sabía de sobra que la epidemia del coronavirus se acercaba e iba a ser grave. Que cada segundo contaba. Lo decía la OMS. Lo decía lo que estaba pasando en Italia, un país tan cercano geográfica, cultural y demográficamente al nuestro como era posible. Y no hizo nada. Y no hizo nada porque estaba centrado en su guerra cultural contra la malvada derecha, centrada en este caso en la promoción de su feminismo, esa procesión de locas del coño con poder que se reúnen bajo carteles de "El machismo mata más que el coronavirus". La manifestación del 8-M era sagrada porque servía para ganar votos y tener satisfecha a la grey. Al frente estaba una Carmen Calvo vicepresidente de feministadas ("nos va la vida" acudir) y al mismo tiempo responsable, es un decir, de la lucha contra la epidemia. Cómo iba a prohibirla, claro.

Aquel 8 de marzo hubo muchos eventos multitudinarios. Vox maldecirá siempre no haber cancelado el suyo; fue una irresponsabilidad que acabó con algunos de sus dirigentes contagiados y Dios sabe cuántos militantes, y ha dañado para siempre su capacidad de atacar a Sánchez por esto. También hubo jornada de liga. Al día siguiente hubo congreso de ATA, la asociación de autónomos, donde posiblemente se contagiaron entre sí no pocos políticos. Pero ni ATA ni Vox ni el Barça son el Gobierno. Si los Picapiedra, Pedro y Pablo, hubieran hecho lo que tenían que hacer, a la luz de la advertencia de la OMS una semana antes y a la vista de lo que estaba sucediendo en Italia, no se hubiera celebrado ninguna manifestación, no habría habido acto en Vistalegre, no se hubiera jugado ningún partido –al menos con público– y ningún político hubiese acudido a un congreso que no se habría celebrado, al menos presencialmente. No pueden alegar ignorancia. El 3 de marzo, tras la advertencia de la OMS, prohibió los congresos médicos y hasta los cursos para profesionales sanitarios. Pero no para los demás, pobres mortales, porque la manifestación debía celebrarse a toda costa. Lo más importante, los votos, no debía ponerse en riesgo.

Nos intentaron convencer luego de que la situación cambió, fíjense qué casualidad, en la noche del 8 de marzo. Pero al día siguiente lo único que hicieron fue un vídeo publicitario de Pedro Sánchez reuniéndose presencialmente en el Ministerio de Sanidad. Fue la Comunidad de Madrid, después de 10 días insistiendo sin éxito al Gobierno que tomara medidas, la que con su decisión de cerrar los colegios forzó a que por la noche el Ministerio contraprogramara la comparecencia de Ayuso con una propia en que se anunciaron… las medidas que ya había tomado Madrid por su cuenta y riesgo, una vez Ayuso decidió que la responsabilidad institucional no valía lo que las vidas de los madrileños.

Una vez desatado el infierno, la maquinaria propagandística se ha puesto en marcha para convencernos de que no se podía saber lo que iba a pasar. Son los mismos coros y danzas nachoscolares que, mientras tanto, dedican artículos a destacar la irresponsabilidad de Trump, quien ya el 31 de enero prohibió la entrada a Estados Unidos a los extranjeros que hubieran estado en China recientemente. No se podía saber, pero Ana Pastor preguntaba a Irene Montero si no nos íbamos a arrepentir del 8-M el mismo 8-M. No se podía saber, porque el Gobierno decía que no pasaba nada y ellos se fiaron, se excusan. Porque el periodismo consiste en buscarle las cosquillas al poder, en no confiar en él, en criticarle sin piedad, pero sólo cuando gobierna la derecha, claro.

Quizá es que miran la lista de muertos y se preguntan cuántos están siendo responsabilidad suya por minimizar lo que se venía encima, por fomentar la creencia de que no era más que una gripe. Intentan convencernos, pero sobre todo intentan convencerse a sí mismos. "Sus bombas, nuestros muertos", gritaban el 13-M. Ahora nadie grita "Vuestro feminismo, nuestros muertos". Porque la derecha siempre ha sido infinitamente más responsable y más respetuosa con el oponente político y con el Gobierno, sea del signo que sea, que la izquierda. Claman unidad, pero montan caceroladas contra la Monarquía y se quejan airados de que los niños pobres madrileños se vean sometidos a una cruel dieta pizzera. Incluso ahora, su principal tarea no es la lucha contra la epidemia sino hacer oposición de la oposición –que no es Casado, Arrimadas ni Abascal, sino Ayuso y Almeida– y seguir ciegamente su ideología, como muestra el contraproducente decreto que amenaza con la confiscación de mascarillas... y que nos ha dejado sin ellas.

Carmen Calvo desapareció del mapa, aunque nominalmente siguiera siendo la lideresa encargada de luchar contra el virus del Partido Comunista Chino. Se la vio, en Twitter, pero sólo para lamentar una víctima de violencia de género. Pero aun si fuera cierto que tanto esa pobre mujer como todas las demás han muerto por culpa del machismo, que no lo es, está bien claro que las cifras marcan que su feminismo es mucho más letal que el machismo que dicen combatir. Ahora que está en la cama de un hospital –privado, por supuesto, como al que acude Monedero–, quizá tenga tiempo de reflexionar sobre lo que ha hecho y una vez recuperada se arrepienta de todo. Pero permítame dudar que haya Damasco. Ni suyo, ni de Montero ni de los Picapiedra. Tendremos que echarlos nosotros para que haya alguien responsable al frente. Así que ahora que han cerrado el Parlamento y no permiten las preguntas de los periodistas críticos en las ruedas de prensa, tendremos que alzar la voz cuando podamos. Porque nos va la vida en ello. Esta vez de verdad.

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