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Dario Migliucci

El enésimo desliz de Berlusconi

Durante los eventos políticos, Berlusconi suele utilizar el mismo lenguaje que los italianos emplean charlando con los amigos en los bares. Además, sus acciones no son menos asombrosas que sus declaraciones.

El primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, bromeaba hace unos días sobre el color de la piel del presidente electo de los Estados Unidos, Barack Obama, originando una marea de críticas que aún no se ha conseguido apaciguar. Sin embargo, parece claro que las palabras de Berlusconi –el Cavaliere sugirió que Obama había tomado mucho el sol– no se pueden tachar de racistas, ya que el tono de su frase era claramente irónico y que además en sus declaraciones no faltaban profusos elogios al nuevo jefe de Estado norteamericano. Lo cierto es que la obamanía también ha contagiado a la derecha italiana.

Asimismo, carecen de coherencia las acusaciones de la izquierda italiana, que ahora se abalanza contra Berlusconi por su broma olvidando los insultos –sin duda más graves– que ellos mismos han empleado contra el presidente George W. Bush en los últimos ocho años.

Con todo, una vez más, la actitud con la que Berlusconi desempeña su delicado rol institucional nos deja boquiabierto. Si hubiera sido un desliz aislado, el asunto podría caer pronto en el olvido, sin embargo el Cavaliere presume de una larguísima serie de meteduras de pata, que –al haber sido amplificadas por la prensa de todo el mundo– han acabado perjudicando el prestigio internacional de Italia. Sencillamente, Berlusconi dice todo lo que piensa, él mismo lo confiesa abiertamente y con orgullo.

Tras los ataques del 11-S, Berlusconi aseguró que los occidentales son superiores a los musulmanes, unas declaraciones que fueron censuradas por los líderes de toda Europa. Tiempo después, el jefe del Gobierno de Roma dio el permiso al premier danés, Anders Fogh Rasmussen, para salir con su esposa Veronica Lario y al año siguiente insultó a un contrincante político en el Parlamento europeo definiéndolo como un nazi. En 2005, provocó una crisis diplomática con Finlandia al declarar que había seducido a la presidenta Tarja Halonen para que ésta acabara haciendo una importante concesión política a favor del Gobierno de Roma. Y eso que aún permanecía abierta la herida que había originado al ofrecer los favores de las secretarias italianas a los empresarios norteamericanos que decidieran invertir su dinero en Italia. En 2006, aseguró que aquellos que no lo votasen en las entonces inminentes elecciones eran unos gilipollas (coglioni, en original). Hace unas semanas, durante una rueda de prensa en Rusia, hizo con las manos el gesto de la ametralladora y fingió disparar a una periodista que se había atrevido a preguntar algo embarazoso a Vladimir Putin. La reportera rompió a llorar, tal vez pensando en que más de un periodista hostil al Kremlin acabó siendo asesinado en Rusia.

Tampoco ha sido conforme a la etiqueta institucional, ni a las reglas de la buena educación, la reacción que Berlusconi tuvo ante quienes lo han criticado por su broma sobre el color de la piel de Obama. De entrada, tachó de imbéciles a sus censores, más tarde los definió como gilipollas y finalmente insultó a un periodista estadounidense que le preguntaba si se había planteado retractarse en sus comentarios sobre Obama. Afortunadamente Berlusconi no quiso responder a la primera dama de Francia, Carla Bruni, quien había afirmado que –debido a los comentarios de Berlusconi sobre Obama– se había sentido aliviada por haber dejado de ser una ciudadana italiana.

En definitiva, durante loseventos políticos, Berlusconi suele utilizar el mismo lenguaje que los italianos emplean charlando con los amigos en los bares. Además, sus acciones no son menos asombrosas que sus declaraciones. Quizás los españoles recuerden que Berlusconi quiso dejar su indeleble marca en la foto oficial de una importante cumbre internacional poniendo los cuernos sobre la cabeza del entonces ministro español, Josep Piqué. Hace unos días se entrevistó con el presidente de Brasil, Lula, acompañado por seis jugadores brasileños del Milan, el equipo de fútbol del cual es dueño. Tiempo atrás, sacó su móvil durante una cita con el venezolano Chávez y llamó a la modelo Aida Yespica para que ésta tuviera la oportunidad de conocer a su presidente.

La verdad es que el pobre Berlusconi está mal acostumbrado. Al ser dueño de tres de las siete cadenas de televisión (y su Gobierno además controla los tres canales públicos) siempre encuentra quien lo defienda, incluso ante el más grave desliz (muchos periodistas lo justificaron cuando llegó a definir la evasión fiscal como un acto moral). Su problema surge cuando hace una declaración inapropiada durante una cumbre internacional. Más allá de los Alpes no se le suele perdonar.

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