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David Jiménez Torres

De mens y corpores

Gimnasios y bibliotecas: pocas oposiciones más obvias que la de fuerza y mente. Y una lucha secular por la mayor dignidad: el guerrero y el sabio, Alejandro contra el nudo gordiano.

Gimnasios y bibliotecas. Pesas y libros. Indicaciones de peso y oraciones grandilocuentes. Máxima FM y el vuelo de páginas desnudas. El chulito del coche tuneado y el barbudo filósofo de amplias gafas. El espacio del bíceps, el tiempo de la inmortalidad. Schwarzenegger y Schopenhauer. Mallas y pana.

Gimnasios y bibliotecas: pocas oposiciones más obvias que la de fuerza y mente. Y una lucha secular por la mayor dignidad: el guerrero y el sabio, Alejandro contra el nudo gordiano. Pero ya, desde el mens sana in corpore sano, hace tiempo que intuimos que ambas están más unidas de lo que parece. Y en la versión posmoderna del dicho, también lo intuyeron los universitarios americanos de hace una década que empezaron a ir de la biblio al gimnasio, y de vuelta (ducha mediante... o no) a la biblio.

Gimnasios y bibliotecas: lugares de iguales deseos y ansias humanas. Sobre todo, el deseo de mejorarnos y el ansia de protegernos. El ponernos en marcha en pos de un ideal de nosotros mismos; un ideal que casi siempre viene dado de fuera, que casi siempre es más bien un deseo de emulación: quiero tener el cuerpo de ése, quiero saber tanto como ése (también funciona en negativo: no quiero parecerme a ése, no quiero soltar las tonterías que suelta ése). La vergüenza de nuestro cerebro desnudo, de nuestros razonamientos lechosos; la inseguridad de nuestros tríceps efímeros, de nuestros pectorales pastosos. La labor higiénica y respetable de desempolvarnos, de no quedarnos parados, de echar algo de aceite a las tuercas, de dar un par de tirones a las poleas. Y la quimera de dignificarnos, añadiendo a nuestras pieles escamas de músculo, cotas de malla de nombres extranjeros. Las ganas de gustar, aunque sea sólo a nosotros mismos. La búsqueda de confianza del joven, la necesidad de autoafirmación del maduro, el refugio escaso del viejo.

Y pronto se hace obvio el camino interminable que tenemos delante. Tanto, tanto que mejorar, tanta superficie sobre la que trabajar, tanta carencia que cubrir. Trabajar los bíceps, los tríceps, los cuádriceps, los pectorales, los deltoides, los gemelos, los abductores, los abdominales, los glúteos, los extensores, los dorsales. Aprender historia, filosofía, sociología, economía, pensamiento político, literatura; leer pero sobre todo "leer a", enfrentarse a una lista interminable de autores generales o especializados, recientes o antiguos, nacionales o extranjeros, buenos o malos. Cada paso parece requerir, exigir el siguiente. El ideal original se va difuminando, y no podemos hablar de una meta en sí, sólo de un camino que podemos seguir con mayor o menor intensidad. Vale, ya estoy como ése, pero podría estar como ése. Vale, ya sé tanto como ése, pero no tanto como ése otro.

Gimnasios y bibliotecas: también las consecuencias hipertrofiadas de estas ansias y deseos. El musculitos que pierde la perspectiva sobre su propio cuerpo y cada vez ansía más, más... El intelectual que se pierde en las bibliografías y los índices de referencias, y también pide cada vez más. El que modula su vida de acuerdo a los ritmos corporales, al proceso de creación de proteínas; el que pasea por la calle debatiéndose entre interpretaciones enfrentadas de una nota a pie de página de un borrador de una obra de Hegel. Los que sólo leen las revistas especializadas. Y la vanidad, por supuesto: los que pasean sus brazos y los que pasean sus cerebros. Las pesas que caen estruendosamente al suelo al final de una serie, para que nos enteremos; el nombre o la cita que estallan en una frase, también para que nos enteremos.

Gimnasios y bibliotecas: lugares de refugio, de euforia, de soledad y también, supongo, de desilusión. La del que corre y corre en la cinta; la del que apila libros en su mesa. La del "perdona, ve terminando que vamos a cerrar".

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