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David Jiménez Torres

Drinking societies

Uno pregunta a su acompañante cómo es posible que a estas alturas todavía haya suficientes escándalos en la vida de cada chica como para dar pie a veinte multas por cena; ella contesta que las multas sólo se pueden referir a sucesos de la semana pasada.

Siempre pensando en los lectores de Libertad Digital, este sufrido reportero se ofreció para servir de acompañante a una desconocida (amiga de amigo de novia de amigo de...) en una cena organizada por una de las drinking societies femeninas de Cambridge. El objetivo: adentrarse en el sórdido mundo de esas sociedades, centro de gran parte de la vida social de los estudiantes de licenciatura.Se trata de grupos de entre diez y treinta miembros que se reúnen una vez a la semana para cenar en algún restaurante caro e intentar despachar el mayor número de botellas de vino posible antes de ir a un bar a seguir bebiendo, y luego a otro, y a otro, y a otro... Periodismo de guerra, vamos. Hay una versión masculina y otra femenina de estos grupos por cada college; uno no solicita entrar sino que debe ser invitado por ellos (porque eso es lo que necesita Cambridge, claro: más dosis de exclusividad). A cada cena se suele invitar también a miembros del sexo contrario.

Para la cena en cuestión (la "random’s dinner") cada chica debía traer un acompañante masculino al que casi no conociera de nada. Bueno, bien. Nos reunimos todos en un bar lujoso para un primer trago antes de cenar: chicos de traje, chicas con vestido de cóctel. Primera impresión, impecable: todas muy guapas, muy bien vestidas, muy simpáticas; brindamos por una de ellas que se ha enterado hoy de que tiene media de sobresaliente en los exámenes de fin de curso. Nuestras respectivas acompañantes nos van presentando al resto de miembros de la sociedad: muchas están a punto de licenciarse, varias cantan en el coro de la universidad, dos forman parte del equipo femenino de remo, otras han representado obras en el prestigioso ADC Theatre. Nos cuentan a los que nunca hemos venido a este tipo de cenas que las drinking societies femeninas son mucho más relajadas y agradables que las masculinas, que por lo que comentan me recuerdan a las hermandades universitarias americanas (las famosas fraternities). La conversación se sucede, fácil, agradable, mientras apuramos la primera copa y empezamos a andar hacia el elegante restaurante francés donde vamos a cenar. Altas llamas tiñen el cielo sobre el río. La brisa de verano mece las faldas de las chicas y acaricia los hombros desnudos.

Una vez en el restaurante todo prosigue con normalidad hasta que la presidenta de la sociedad declara abierta la veda de "multas" (fines). Mi acompañante me explica que una multa consiste en que una chica se levanta, pide silencio para hablar y dice que multa a quienquiera que haya hecho x; la chica a la que vaya dirigida la multa debe levantarse y apurar su copa. La primera es simpática: multa a quien haya sacado sobresaliente de media en los exámenes. La chica en cuestión se levanta, jijiji, empollona, jajaja. La segunda es algo más picante: multa a quien tuviera relaciones sexuales un par de horas antes de esta cena. Hay un silencio momentáneo hasta que otra chica se levanta y apura su copa entre los aplausos de sus compañeras, mientras su acompañante parece algo desconcertado. Pasamos al primer plato y empiezan a salir escándalos a razón de uno cada dos o tres minutos: multa a quien se haya liado con el mejor amigo de su novio, multa a quien haya hecho un trío, multa a quien lleve puesto un vestido que ha tenido que pasar por la tintorería debido a ciertas manchas misteriosas, multa a quien haya tenido intimidades con un hombre bajo el puente de Trinity, en los jardines de Corpus Christi, tras un matorral en Jesus Green, en los balcones de St. John’s (con sesión de fotos para turistas asiáticos mañaneros)... Van surgiendo piques, y cada multa acarrea una contramulta. Cuando llegamos a la multa para quien se haya acostado con dos hombres en menos de veinticuatro horas, el maitre se está tirando de los pelos en una esquina mientras el resto de clientes (profesores y conferenciantes con sus parejas e hijos) escuchan atónitos las revelaciones que venimos publicando desde nuestra mesa. Las chicas, mientras tanto, piden más vino. Los chicos se dividen entre algunos que reciben los escándalos de sus acompañantes con algo de horror, y la mayoría, que se arregla la corbata y se apresura a rellenar la copa que su anfitriona ha tenido que apurar.

Uno pregunta entonces a su acompañante cómo es posible que a estas alturas (a final de año) todavía haya suficientes escándalos en la vida de cada chica como para dar pie a veinte multas por cena; ella contesta que las multas sólo se pueden referir a sucesos de la semana pasada. Ante la pregunta de cómo pueden tener tantos escándalos por semana, ella sonríe y señala con un rápido movimiento al resto de la mesa, indicando que la noche no ha hecho más que empezar. Este sufrido reportero no sabe si sentirse demasiado mayor o demasiado extranjero, así que se pone otro vaso de vino.

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