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David Jiménez Torres

Ingleses y europeos

¿Qué tienen los británicos para justificar su excepcionalidad? Su historia está entremezclada con la del resto de naciones europeas; todas las grandes etapas y conflictos de su historia han sido etapas y conflictos europeos.

Creo que el único aspecto verdaderamente excepcional de los ingleses es, precisamente, lo excepcionales que se creen. Durante comidas y cenas podemos oír cosas como "vosotros los europeos" o "este verano me voy a Europa," como si se tratara de una tierra lejana habitada por seres incomprensibles y no unas costas tan cercanas que se pueden alcanzar en tren. Los resultados de las últimas elecciones europeas lo demuestran: el segundo partido más votado (detrás de los conservadores de David Cameron) fue el United Kingdom Independence Party, un partido que sólo aboga por sacar al Reino Unido de la Unión Europea. Las campañas de este tipo de partidos se apoyan no tanto en argumentos económicos o políticos sino en símbolos de la excepcionalidad británica, como la libra, por la que la mayoría de los británicos siente una especie de reverencia pseudo-religiosa más que económica. También podemos recordar el rechazo casi unánime de la población inglesa hacia la propuesta laborista de carnets nacionales, la famosa campaña del NO2ID. Cuando se menciona el tema en una reunión siempre acabaremos oyendo el mismo argumento: "eso es algo de europeos".

Un poco de nacionalismo puede ser sano, y el nacionalismo conlleva necesariamente algún grado de excepcionalidad; pero lo de los ingleses llega a veces a cotas ridículas. Da igual que les preguntemos que si no son europeos ellos también, ¿qué son?: ¿africanos? ¿asiáticos? ¿suramericanos? Como mucho, lograremos que se refieran al resto de Europa como "The Continent", imbuyendo al término de una especie de misticismo exótico y repelente a la vez; esto, hasta en la generación del Erasmus, del gap-year y de la globalización. Dentro de la idea nacional inglesa está la noción de ser radical e irreductiblemente distintos del resto de naciones europeas, sean mediterráneas, eslavas o nórdicas.

Algunos dirán que la excepcionalidad inglesa puede subsumirse en la excepcionalidad anglosajona, que los norteamericanos se creen tan radicalmente distintos del resto de occidente como los británicos del resto de Europa. Pero es que los americanos tienen razones para sentirse así, y los británicos no. Cierto que la mayoría de corrientes y conflictos de la historia estadounidense han tenido paralelos en las naciones europeas; pero debemos recordar que Estados Unidos no vivió el Imperio Romano, ni las invasiones bárbaras, ni el feudalismo, ni tantas de las corrientes que marcaron Europa. Hasta 1620, su historia marcha por cauces completamente distintos de los del resto de occidente. Además, ¿dónde en Europa existen las grandes extensiones de las praderas de Kansas, los desiertos de Arizona y Nevada, los bosques de Wisconsin? El enorme tamaño de Estados Unidos y el papel que desempeña esa noción de frontera en constante movimiento, de país en imparable expansión, en lo que se refiere a su idea nacional, lo separan radicalmente de las apretujadísimas naciones europeas.

Los británicos, en cambio, ¿qué tienen para justificar su excepcionalidad? Su historia está entremezclada con la del resto de naciones europeas; todas las grandes etapas y conflictos de su historia han sido etapas y conflictos europeos: Roma, las invasiones bárbaras, el feudalismo, la Reforma, los grandes imperios de Ultramar, la Revolución Francesa y Napoleón, la revolución industrial, el imperialismo decimonónico, las guerras mundiales... ¿y qué decir de los nacionalismos periféricos, con casos como los de Irlanda o Escocia? Se pueden argüir diferencias de énfasis o de éxito, pero en lo esencial, Inglaterra ha participado de lleno en la historia europea. Inexplicable como es su apego a esa aberración culinaria que es el fish and chips, nada parece justificar una separación del resto de naciones europeas.

Como último apunte señalaría que queda por escribir una historia comparada de España e Inglaterra, dos países que por razones radicalmente distintas han tendido a considerarse diferentes del resto de Europa. Los españoles, por nuestros históricos fracasos industriales y económicos, por nuestro atraso y nuestra inestabilidad institucional durante siglos, por nuestro eterno complejo de inferioridad; los ingleses, precisamente por su éxito industrial, por su estabilidad y su prosperidad, por su eterno complejo de superioridad.

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