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David Jiménez Torres

La responsabilidad del niñato

Gritar una consigna ensalzando a un grupo terrorista es tan grave a los 16 como a los 45. Si uno tiene edad para irse a un parque con una litrona, también la tiene para saber que ensalzar la violencia no es una mera "sobrada".

"Visca, visca, visca; visca Terra Lliure"; "Pim, pam, pum, que no quedi ni un"; "España, cero; goma, dos" fueron algunas de las perlas que dejó la marcha independentista del 30 de diciembre en Palma de Mallorca. En un momento de la manifestación, un manifestante vio una bandera de España colgando de un comercio y la arrancó; los dueños posteriormente explicaron a El Mundo que han decidido sustituir la rojigualda por una estelada, porque "no queremos que nos destrocen el local". Un dirigente del PP se topó con la manifestación y recibió insultos y abucheos. Y por supuesto, se repartieron cuartillas con la bandera española para que los manifestantes pudieran quemarlas y repetir el consagrado rito del independentismo, tan razonable, tan plural, tan moderno.

A la marcha acudieron entre las 1.000 personas que estimó la policía y las 4.000 que dijeron los organizadores; la mayoría, jóvenes (muchos de ellos menores de edad) de diversas organizaciones y plataformas como Joves d'Esquerra Nacionalista-PSM, Joves d'Esquerra Republicana de Catalunya (JERC), Sindicat d'Estudiants del Països Catalans, y la organización unitaria Esquerra Independentista de Mallorca. La mayoría de manifestantes, por tanto, no eran personas que vivieron la dictadura, ni paletos rurales con boina y bastón, sino gente que no es que no llegara a la Transición, es que casi se pierde el felipismo. A ellos se sumaron además delegaciones de las juventudes del PNV, Convergencia, BNG y Aralar; estos dos últimos firmaron un acuerdo de cooperación para lograr "la liberación nacional y social" de Galicia, el País Vasco y los Países Catalanes. Los hombres del futuro, luchando por el medievo.

Existe una tendencia a minusvalorar este tipo de actos y actitudes, este tipo de formaciones de jóvenes radicales; los titulares sobre la manifestación fueron irónicos, como "Independentistas se suenan los mocos con la bandera española". O sea, restarles importancia a los jóvenes y si acaso transferir toda la responsabilidad a los partidos que les manipulan y les alientan. Craso error. Subyace en esa reacción precisamente la misma idea que les da alas a estos chavales: la idea de que, en política como en todo lo demás, un joven no es responsable de sus actos. Lo es. Gritar una consigna ensalzando a un grupo terrorista es tan grave a los 16 como a los 45. Si uno tiene edad para irse a un parque con una litrona, también la tiene para saber que ensalzar la violencia no es una mera "sobrada", sino uno de los actos más profundamente malvados que puede realizar una persona. Si uno tiene edad de llenarse la boca con la palabra "fascista", también la tiene para que se le critique usarla gratuitamente contra gobiernos, partidos e insitituciones democrácticas. Si uno tiene edad para unirse a las juventudes de un partido, también la tiene para ser responsable de las actitudes antidemocráticas y totalitarias que promueve su organización. O si no, ¿qué? ¿Queremos poder pero no queremos las consecuencias? Si tienes edad para pensar, tienes edad para reflexionar; si tienes edad para leer, tienes edad para quedarte en casa leyendo en vez de pasear tu exaltada ignorancia por las calles de una ciudad. Y si Hayek y Locke cuestan, ahí están los cómics de Spiderman, que llevan repitiendo desde 1962 que todo poder acarrea responsabilidad. Nada, nada, nada excusa a estos chavales.

Hay, por tanto, que criticar, y criticar muy duramente y no sólo desde la displicencia, estas actitudes irresponsables, esta idea de que vale cualquier cosa para que los jóvenes logren un subidón de importancia y autoestima. Porque, por lo general, uno es tan fruto de su entorno a los 50 como a los 18. No existe en esto gran gradación. La responsabilidad tiene muy pocas fronteras. Igual que la estupidez.

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