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David Jiménez Torres

Sudáfrica más allá de Morgan Freeman

Cada vez que la situación española me resulta demasiado descorazonadora, recurro a un cínico pero tranquilizante "bueno, recuerda que en Sudáfrica están mucho peor".

Sudáfrica vuelve a estar en las noticias debido al asesinato de Eugene Terre’Blanche, líder del ala más dura de la minoría afrikaner (los blancos descendientes de colonos neerlandeses) a manos de dos empleados negros; y yo me acuerdo de la noche en que un compañero de piso sudafricano puso fin a una larga charla mía sobre los males que asolaban España, incluyendo una actitud revanchista hacia el pasado y una incapacidad de mirar hacia el futuro, con un "Tío, créeme que las cosas os podrían ir mucho peor". Me barrió entonces de la conversación con la retahíla de los problemas de su país, que hacían que España pareciese poco menos que el paraíso en la tierra, la ciudad en la colina, el Parnaso alcanzado. Desde entonces debo admitir que cada vez que la situación española me resulta demasiado descorazonadora, recurro a un cínico pero tranquilizante "bueno, recuerda que en Sudáfrica están mucho peor".

Aun siendo la mayor potencia económica del continente africano, aun estando entre el grupo de economías emergentes y hasta organizando el próximo Mundial de de fútbol, la realidad sudafricana es una verdadera pesadilla. Resulta delirante que los periódicos de aquí hayan informado de que puede desatarse una "ola de violencia" entre blancos y negros como respuesta al asesinato de Terre’Blanche, cuando el país entero está sumido en una ola de violencia inimaginable desde hace más de una década. Desde 1994, año en que finalizó el apartheid, el promedio de homicidios por año ha saltado de 5.100 a, como poco, 43.000; y digo como poco porque el Gobierno sudafricano ha acallado cada vez más las verdaderas estadísticas del crimen en su país. Los delitos en general no han hecho más que dispararse y empeorar cada año: las últimas estadísticas anuales (septiembre de 2009) anunciaban una escalada del 5% en robos de coches, del 27% en robos en domicilios y del 41% en robos en negocios. Eso sin contar con la epidemia de violaciones: un estudio reciente demostraba que uno de cada cuatro varones sudafricanos había cometido una violación; de ellos, la mitad reconocieron haberlo hecho más de una vez. Muchas de esas violaciones, sobre todo las "correctivas" (violaciones a lesbianas para "curarlas" de su homosexualidad) acaban en asesinato, como sucedió con Eudy Simelane, una antigua futbolista abiertamente lesbiana a la que un grupo de hombres violó y luego apuñaló 25 veces en el rostro, los pechos y las piernas. Las violaciones y los asesinatos gozan de una impunidad que empieza en la cultura tribal zulú y acaba en el Gobierno del ANC, partido de la mayoría negra anteriormente liderado por Mandela y cuyo líder actual y presidente del país, Jacob Zuma, estuvo a punto de ir a la cárcel tras violar a la hija de un amigo. En el juicio, Zuma alegó que supo que la chica quería acostarse con él porque llevaba puesta una falda corta, y que su origen zulú le impedía decir que no a una mujer.

Gran parte de la situación actual de Sudáfrica se debe a los problemas estructurales del país, que son anteriores a su refundación de 1994, y a su situación de ex colonia, con una desigualdad legal y económica extraordinaria entre la minoría blanca y la mayoría negra. Pero también se debe (esto va para los que salieron de Invictus pensando que Mandela resolvió los problemas de Sudáfrica mediante el rugby) a los errores (inconscientes o no) que se cometieron al final del apartheid y en la década y media siguientes a fin de "normalizar" el país y tomarse la revancha por los crímenes del pasado. Por ejemplo, la política hostil hacia los blancos, que está llevando a muchos de ellos al exilio (el ministro de Seguridad invitó en 2006 a los que estuvieran a disgusto con la ola de crímenes del país a que emigraran), lo cual supone una huida masiva de capital y también de gente cualificada que podría ayudar a erigir el nuevo país. O la reivindicación de la misma cultura tribal zulú que fomenta, entre otras cosas, las violaciones a mujeres y la negación de la existencia del SIDA (Sudáfrica es el país con mayor número de seropositivos del mundo). O la actitud de un partido dominante cuya respuesta a la dramática situación actual es reavivar la memoria del apartheid y fomentar el odio racial para asegurarse el voto de la mayoría negra. O la idea de que la composición actual del país es una aberración de la Historia, el resultado de un periodo criminal que justifica el revanchismo y la remodelación nacional en aras de una supuesta pureza.

Efectivamente, España está mucho mejor que Sudáfrica. Así que, ¿por qué reproducimos aquí algunos de los comportamientos de allá?

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