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David Jiménez Torres

Van Rompuy, Ashton y Beckham

La elección de un peso pesado para presidir la UE habría supuesto exactamente lo mismo que la llegada de David Beckham al Los Angeles Galaxy: un buen paso, pero algo absolutamente irrelevante a la larga si la gente la recibe con apatía.

Todos nos temíamos que los Veintisiete escogieran a políticos de segunda o tercera para los dos grandes puestos que creó el Tratado de Lisboa: presidente de la UE y alta representante de política exterior. No es que nos lo temiéramos, es que sabíamos que iba a ser así (si bien nada nos podía haber preparado para que nuestros "rostros" fueran el marciano Rompuy y ese desafío a la adjetivación que es Ashton). Y ahora todos nos quejamos de la falta de voluntad europeísta de nuestros líderes, del estancamiento de la idea de Europa como unión, de la mediocridad autoimpuesta de un poder político al que, si le concedemos un porcentaje considerable de nuestros impuestos, es porque en teoría nos ayudará a que no desaparezcamos del mapa internacional. A propósito de esto, un amigo comentó en una noche por el Born que la consolidación de la UE está como la consolidación del fútbol en Estados Unidos: estancada y sin visos de mejorar.

Tras darle un par de vueltas creo que la metáfora da para algo más que para un comentario de mesa de bar. En ambos casos tenemos un proceso que en un plano absoluto tiene todo el sentido del mundo: la consolidación de la UE es el único camino posible para que Europa siga siendo relevante en la escena internacional. Ante las mastodónticas sombras de Estados Unidos, Brasil, China, Rusia y la India, es obvio que en el futuro, cuanto más grande y más fuerte, mejor. En cuanto al fútbol en la nación norteamericana, no se entiende cómo un deporte que ha cautivado al resto del mundo, y que es capaz de generar miles de millones de euros, no prende en Estados Unidos, una nación aficionada al deporte como pocas; sobre todo considerando que, con 300 millones de habitantes y un sistema de apoyo al deporte (a través de becas colegiales y universitarias) sin parangón en el resto del mundo, es lógico pensar que si se pusieran podrían sacar una liga y una selección bastante decentes.

Estas conveniencias en un plano lógico se encuentran, a su vez, con un sinfín de problemas al nivel práctico. Por ejemplo, el de la competición por el talento: al fútbol en Estados Unidos le roban los posibles atletas otros deportes más establecidos y más prestigiosos (y que por tanto pueden ofrecer más dinero) como el fútbol americano, el béisbol y el baloncesto. A la Unión Europea le roban los políticos de mayor talento los gobiernos y parlamentos nacionales, que prefieren brillar en los telediarios y en los periódicos de su país antes que en la página web de la UE. También está el problema de la saturación: entre los pases de los quarterbacks, los jonrones de los bateadores y los triples de los escoltas, a los americanos no parecen caberles más nombres y estadísticas de jugadores; los ejecutivos de la liga de fútbol estadounidense no encuentran espacio libre en las televisiones para retransmitir sus partidos. Pasa lo mismo aquí: entre los chanchullos de los municipios, las movidas de las autonomías y los problemas del Estado, y encima con las tres o cuatro causas internacionales que hayamos decidido que nos importan (digamos: Sri Lanka, Darfur y Palestina), no nos da la atención para una nueva fuente de noticias, escándalos y preocupaciones.

Estos problemas prácticos acaban reduciéndose al hecho de que ambas instituciones, la unión federal y el deporte rey, son (o nos parecen) imposiciones de ideas extranjeras, y que por tanto reman contra la corriente de las costumbres. El fútbol europeo es tan extraño a la tradición social americana como lo es la unión y confederación total para la nuestra tradición política. Estamos habituados a las alianzas y a los pactos para preservar el balance de poderes, pero siempre contra otros europeos: establecer un pacto total de cara al mundo y no al otro lado de cualquiera de nuestros ríos es una idea novísima, como nos han recordado las celebraciones del 20 aniversario de la caída del Muro. Cuando hablamos de una posible consolidación de cara al futuro seguimos recurriendo a la muletilla extranjera: "sí, sería como unos Estados Unidos de Europa...".

Por todo esto me atrevo a una última comparación: es cierto que se ha perdido una gran oportunidad al escoger a Von Rompuy y Ahston por encima de candidatos como Blair o Aznar. Pero la elección de un peso pesado habría supuesto exactamente lo mismo que la llegada de David Beckham al Los Angeles Galaxy: un buen paso, una buena declaración de intenciones, pero algo absolutamente irrelevante a la larga si la gente la recibe con apatía. Porque los presidentes no pueden hacerlo todo. Los estadios sólo se llenan si los aficionados creen en su equipo.

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