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Diana Molineaux

Bush, sobre un campo de minas

George W. Bush empezó su primer día como presidente electo de los Estados Unidos con acto de acción de gracias, algo muy apropiado para una persona creyente como él, pues necesitará toda la ayuda humana y divina. No se trata ya sólo de la difícil situación política por la división del país en dos mitades casi iguales, sino que el propio Bush no ha ganado siquiera la mayoría del voto popular en todo el país y tendrá que luchar para defender su legitimidad ante los inevitables ataques de los demócratas más resabiados.

Pero Bush se enfrenta también al riesgo de una recesión económica, que pondría fin al espectacular crecimiento económico de los últimos nueve años, en el ciclo expansivo más largo en la historia del país. Aunque la economía empieza a desacelerarse ya ahora, en el último mes de la presidencia de Clinton, Bush saldrá inevitablemente perjudicado si la caída coincide con su llegada a la Casa Blanca. Además, sus promesas electorales para reducir impuestos y mantener o mejorar los servicios sociales se basaron en una continuación del superávit fiscal, que sería la primera víctima de una recesión.

Entre tanto, está buscando aliados entre los demócratas y empieza por el senador de Lousiana John Breaux, un demócrata moderado al que podría ofrecer un puesto en su gabinete. Si Breaux lo acepta, Bush ayudaría a los republicanos a ganar en el senado el escaño que Breaux deja vacante. Pero difícilmente le servirá para convencer a los demócratas de su disposición al diálogo, del mismo modo que el nombramiento de los negros Condolezza Rice y Colin Powell, como asesora de seguridad y secretario de estado, no atrae a los negros porque, según explicó el congresista negro de La Florida, Hastings, Rice y Powell están integrados en el ¨mundo blanco¨ y los negros marginados no se identifican con ellos.

En los malabarismos para satisfacer a los demócratas sin alienar a los republicanos, Bush juega con la ventaja de la experiencia paterna que él vivió tan de cerca y sabe que renunciar a la agenda republicana tan sólo le traerá el enfurecimiento de sus seguidores y la ingratitud de sus rivales, como le ocurrió a su padre cuando renegó de su promesa electoral "ningún nuevo impuesto". Bush-padre cedió a las presiones demócratas y subió los impuestos para controlar el déficit , pero ello contribuyó a su derrota electoral en 1992: los republicanos se sintieron traicionados y los demócratas, además de no agradecérselo, le tacharon de tarambana.

En el horizonte de Bush, quizá la mejor noticia sea el escepticismo del país: un 61% cree que la división del país paralizará el gobierno, de forma que cualquier progreso será una sorpresa positiva. Se está convirtiendo en costumbre: ganó las elecciones en Texas porque su rival demócrata se durmió en los laureles pensando que era un hijo de papá con pocas luces y, durante la campaña presidencial, la estrategia demócrata de presentarlo como un tontorrón le sirvió para quedar en los debates mejor de lo que la gente esperaba.

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