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Diana Molineaux

El oro de Bagdad

Las reducciones de armas de rusos y norteamericanos y los apretones de manos entre Rusia y la OTAN son las pruebas más visibles de que Washington y Moscú han entrado en una nueva fase que sustituye a la guerra fría, y el encuentro de Moscú entre los presidentes Bush y Putin puede ser una prueba de que ambos países pueden colaborar como verdaderos amigos.

La oportunidad se la brindará Irak, donde Bush necesita ayuda del Kremlin para acabar con el régimen de Saddam Hussein, donde el primero puede ser para Putin un postor mucho más atractivo que el dictador iraquí. Aunque Bush quiere conseguir por lo menos la pasividad rusa ante una posible guerra contra Irak, preferiría su ayuda activa porque Rusia tiene elementos para socavar políticamente a Saddam, a quien ya abandonó hace 11 años, cuando se sumó a la alianza en la Guerra del Golfo Pérsico.

Ahora, Rusia podría alinearse nuevamente con Washington por el dinero que Putin tanto necesita y que Irak tiene cada vez menos oportunidades de brindarle, porque el otrora importante cliente de la URSS está hoy en números rojos por valor de diez mil millones de dólares. Aunque las concesiones petrolíferas rusas en Irak pueden elevarse a 30.000 millones de dólares en las próximas dos décadas, Irak es hoy un mal deudor que promete mucho menos que las ayudas y compensaciones que Bush le puede ofrecer.

A Putin quizá ni siquiera le disguste si la mafia rusa pierde parte de sus ventas ilegales de petróleo iraquí en el mercado mundial y se queda sin el elemento de presión sobre el Kremlin que le dan las riquezas amasadas con sus pingües negocios.

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