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Diana Molineaux

Preparando las líneas del frente

A pesar de tres años de dificultades económicas, el presidente Bush ha mantenido hasta ahora una popularidad que ha impedido a los demócratas oponerse a sus recortes de impuestos y planes de guerra, además de dejar a sus muchos rivales a la presidencia totalmente desorientados, en busca de un lema para atacarlo en la campaña que está ya comenzando. Finalmente creen haberlo encontrado en las 16 palabras del discurso del Estado de la Unión del pasado mes de enero, cuando Bush se refirió al intento iraquí de comprar uranio en África, algo que la CIA había considerado falso tres meses atrás.

Las encuestas indican una pérdida importante del apoyo popular, no tanto porque no hayan aparecido las armas de destrucción masiva en el Irak, o por el discurso de Bush, sino por el goteo de víctimas entre las tropas norteamericanas en el Irak. Es una situación que anima a los demócratas lo suficiente como para unirse en un frente más o menos común, para acusar a Bush de intentar engañar al país para llevarlo a la guerra contra el Irak y de tener una administración ineficiente que dejó pasar una información falsa en un discurso tan importante y para una cuestión de tanta trascendencia.

Es una estrategia que ataca los puntos más fuertes de Bush: uno, es la imagen de honestidad pública, contrastada con las mentiras y distingos de su predecesor Clinton a quien apodaban slicky Billy (Billy huidizo). Otro, es la eficiencia de una administración a cargo del primer presidente con formación y experiencia empresarial: Si la Casa Blanca de Clinton se caracterizaba por retrasos y zigzagueos, la de Bush tenía fama de funcionar con la disciplina y buena adminisración de una empresa privada bien dirigida.

Los demócratas ven además otra gran ventaja en atacar a Bush por algo relacionado con Irak: el presidente ha estado compensando el disgusto popular por la marcha de la economía con el fervor patriótico generado en la lucha contra el terrorismo y contra Sadam. Si a los problemas de los focos de resistencia irakíes se suma un planteamiento inadecuado de la guerra, su imagen podría desplomarse muy rápidamente.

No hay duda de la preocupación de la Casa Blanca, que ha estado tratando de apagar el incendio provocado por las revelaciones del diplomático retirado Joe Wilson, quien describió en un diario su viaje a Niger en el año 2002, a petición de la CIA, para investigar los informes de inteligencia británicos, según los cuales el Irak buscó uranio en ese país para fabricar armas atómicas. La información de Wilson hizo daño a Bush porque, si bien era ya sabido que la información era falsa, quedó claro que el gobierno norteamericano estaba al corriente desde el otoño del 2002, varios meses antes del discurso del Estado de la Unión en que Bush volvió a hacer referencia al uranio africano, como parte de sus acusaciones contra el Irak.

El viaje de Bush a África ha estado empañado por este debate y su portavoz ha tenido que dedicar más tiempo a hablar del uranio africano y del proceso para preparar el discurso presidencial, que de cosas tan importantes como los planes para combatir el SIDA en África o las perspectivas de aumentar las compras de petróleo en Nigeria y reducir así la dependencia nortemaericana de las fuentes energéticas de Oriente Medio. Tras una cierta desorientación inicial, la Casa Blanca ha empezado a marcar las líneas del frente republicano para responder al asalto demócrata: presentar las críticas al discurso como una obsesión del mundillo político de Washington, decir que lo importante es el verdadero objetivo de la guerra y sugerir que todavía es posible que las acusaciones contra el Irak fueran ciertas.

Tanto Bush como su portavoz Fleischer señalaron ya el camino durante el viaje a Africa, en que Fleischer dijo que el país ya no tenía interés en frases pronunciadas hace medio año y Bush dijo que lo importante es que la guerra estuvo justificada y el mundo es hoy más seguro gracias al derrocamiento de Sadam Husein. Este domingo, la asesora de seguridad Condoleeza Rice dijo que es ridículo supeditar todo el esfuerzo militar a un elemento de los muchos que convertían al Irak en una amenaza intolerable.

El Partido Republicano ha empezado a cerrar filas con los mismos argumentos y añade que aún es posible que la información del uranio africano sea cierta: advierten que, además de Níger había otros dos países africanos capaces de vender uranio y que los británicos siguen convencidos de que sus informes no eran falsos. Podría ser que, efectivamente, Irak buscase el uranio en Níger: los británicos, además de los informes falsificados, tenían como fuente a los servicios secretos franceses, mucho más fiables porque Francia administra las minas del Níger. El problema es que Londres no pudo dar los detalles a Washington porque no tuvo permiso francés, ante el riesgo de una indiscreción en Estados Unidos. Por una vez, Bush se alegrará si los espías de Su Majestad o de París llegan más lejos que la CIA y podrá tapar la boca a sus críticos si encuentra una manera de divulgar estos informes.

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