Tal vez sea una deficiencia del cerebro asesino, o tal vez una sordera cultural, pero los ataques terroristas de este martes han conseguido lo contrario de lo que, probablemente, querían sus promotores.
Es difícil imaginar que su objetivo fuera espolear el patriotismo de los norteamericanos, azuzar la determinación del Pentágono para desarticular las bandas terroristas o dar argumentos a Israel para que la opinión pública de Estados Unidos se incline todavía más en favor del estado judío y en contra de árabes y palestinos. Pero es exactamente lo que han conseguido, además de provocar una reacción anti-árabe y anti-islámica que se ha manifestado ya.
George Bush padre se sintió obligado a hablar contra los ataques a mezquitas e inmigrantes o ciudadanos de origen árabe en Estados Unidos donde, a diferencia de lo que ocurre en Europa, no hay nadie dispuesto a justificar el terrorismo, ni siquiera entre los académicos izquierdosos que habitualmente culpan a Washington de todos los males y amarguras del mundo.
Para los abundantes e influyentes amigos de Israel, es el momento ideal para decir a los norteamericanos "ahora ya veis lo que sentimos nosotros" y para pedirles que en el futuro dejen de criticar que arrasen las casas y arranquen los olivos de los palestinos.
Israel es, de rebote, el gran ganador en esta tragedia y sus portavoces aquí aprovechan el momento para pintar al mundo árabe como un enemigo de la civilización. Según ellos, un odio tan profundo como para impulsar al suicidio con tal de dañar al gigante americano, está provocado únicamente por la envidia ante el bienestar de Estados Unidos y por la repugnancia ante la democracia y el capitalismo.
Tal vez a los fundamentalistas les repugnen los valores modernos, pero no hay suicidas entre los ayatollahs iraníes y ni siquiera entre los fanáticos talibanes, que "encargan" el sacrificio a quienes han crecido en campos de refugiados. La alianza entre los desesperados y los desaprensivos ha tomado una vida propia y se mantendrá al margen de las reivindicaciones políticas, lo que disminuye la ya escasa inclinación a pedir concesiones de Israel.
El secretario de defensa Donald Rumsfeld tiene razón: Estados Unidos tiene por delante una larga lucha.
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