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Diana Molineaux

Sonrisas y dólares

La prensa norteamericana se pasó este domingo analizando la amplitud de las sonrisas del presidente Bush y de su anfitrión francés, cuando Jacques Chirac le dio la bienvenida a su llegada a Evian. Lo acartonado del gesto les hace deducir que la reconciliación tras las tensiones por el Irak es tan solo cosmética, pero las primeras horas de la cumbre del G-8 fueron más reveladoras que la tibieza del apretón de manos: la Casa Blanca no se traga los sermones de “multipolaridad” del presidente galo, por mucho que haya llevado como comparsas a países tercermundistas para que aleccionen a los ricos en qué forma desean recibir la ayuda. La irritación es aún mayor aquí porque Chirac no ofrece una ayuda económica equiparable a la norteamericana, ni por parte de Francia, ni de la Europa en cuyo portavoz político quiere erigirse.

Antes y después de salir de Washington, el portavoz Ari Fleischer y el mismo presidente Bush hablaron repetidamente en un tono conciliador, pero no dieron indicación alguna de que estuvieran dispuestos a concesiones de tipo político. La Casa Blanca quiere ahora recoger los frutos de su victoria militar y la norma de Bush es exponer su política y acoger a quienes quieran subirse a su carro, pero sin desviarse de su camino. El forcejeo con Francia le demostró que escuchar a Chirac no sirve para entenderse: es un aliado con quien no puede contar y cuyo objetivo no es colaborar para obtener fines comunes, sino recuperar, a base de maniobras diplomáticas y frases rimbombantes, la grandeur que no le otorga ni su economía ni su poderío militar.

Bush llevó al G8 una agenda clara en tres frentes: quiere que los otros países industrializados liberalicen sus economías, que ayuden al Tercer Mundo y que colaboren en cuestiones de seguridad internacional. Llegó con premura para que lo atiendan y con los deberes hechos: tras la bajada de impuestos keynesiana que acaba de firmar, Washington ha hecho ya su parte para estimular la economía y ahora les toca a los otros ricos hacer la suya; con los 15.000 millones de $ contra el SIDA quiere también dar un ejemplo y en cuanto a seguridad, cree que ha enviado una señal suficientemente clara en Irak.

Bush también llevó su ramita de olivo, tan típicamente americana como el dólar, en sentido propio y figurado. Sus comentarios sobre la debilidad injustificada del dólar produjeron la satisfacción de los exportadores europeos, incluidos los franceses.

Pero a la hora del poder, Washington ni quiere y ni siquiera puede cederlo: su hegemonía es evidente tanto económica como militarmente y se debe en parte a la desunión de una Europa que comparte metas e intereses pero le falta la voluntad política común, tanto en cuestiones vitales como la paz, la política social o fiscal, como en un sistema de gobierno para la unión de 25 estados. Y que, además, decidió hace tiempo que prefería comprar camembert que bayonetas.

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