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Dr. José Ignacio de Arana Amurrio

Reflujo gastroesofágico en niños

Cuando las regurgitaciones no desaparecen en ese plazo o cuando desde el principio son muy intensas, hasta el punto de afectar al estado nutritivo del niño, o que éste manifieste síntomas de dolor durante la digestión o atragantamientos, hemos de sospecha

Durante los primeros meses de vida son frecuentes las regurgitaciones, es decir, la salida por la boca de una parte del contenido del estómago que el niño ha ingerido con la toma del pecho materno o del biberón. Esto sucede con más facilidad en los primeros minutos tras la toma, pero puede aparecer también transcurrido más tiempo, incluso poco antes de la siguiente comida. Esta expulsión se realiza en pequeña cantidad, sin acompañarse de esfuerzo ni de náusea, lo que distingue claramente las regurgitaciones de los vómitos.

El estómago es la cavidad del aparato digestivo al que llegan en primer lugar los alimentos desde la boca y a través del conducto llamado esófago. Allí comienza el proceso de la digestión con la mezcla, como en una tolva, de los distintos alimentos y por la acción de los fermentos ácidos que segrega la mucosa gástrica; para facilitarlo, el estómago contrae rítmicamente sus paredes musculares.

En la parte que comunica con el intestino delgado, el estómago posee una estructura muscular, el píloro, que sirve como cierre inferior y que se abre poco a poco, a intervalos, dejando pasar el contenido hacia el intestino donde continuará la digestión y dará comienzo la absorción de los principios nutritivos.

Sin embargo, la unión entre el esófago y el estómago, que se denomina cardias, carece de una auténtica válvula o estructura de bloqueo y su cierre se produce por un complejo sistema de coordinación muscular que no madura hasta pasados los primeros meses de vida. Por ello las regurgitaciones son casi habituales en el lactante mientras éste recibe una dieta exclusivamente líquida y disminuyen hasta desaparecer con el desarrollo de los mecanismos musculares y con el progresivo paso a alimentos más espesos.

La leche que se devuelve al exterior sale "cortada" y con olor ácido porque ya ha estado en contacto con el jugo gástrico que contiene ácido clorhídrico y unos enzimas que "cuajan" la leche para favorecer su digestión; por lo tanto estas características de la leche regurgitada no indican ninguna patología especial sino sólo que el alimento había llegado previamente hasta el estómago.

Cuando las regurgitaciones no desaparecen en ese plazo o cuando desde el principio son muy intensas, hasta el punto de afectar al estado nutritivo del niño, o que éste manifieste síntomas de dolor durante la digestión o atragantamientos, hemos de sospechar una alteración en la unión esófago-gástrica.

El reflujo gastroesofágico (R.G.E.) es la forma en que se presenta clínicamente la falta de cierre efectivo en esa unión y en algunas ocasiones se asocia con la existencia de hernias de hiato (una porción del estómago sobrepasa el límite del diafragma penetrando en la cavidad torácica), patología que, además de aumentar las regurgitaciones, complica su pronóstico favoreciendo la aparición de úlceras en el tercio inferior del esófago.

El diagnóstico se efectúa casi siempre mediante un estudio radiológico administrando una pequeña cantidad de papilla de bario que permite visualizar tanto el esófago como el estómago y la unión de ambos. También se recurre a la práctica de un procedimiento denominado pHmetría –el pH es un valor químico de la acidez de cualquier sustancia-.

En este caso, se utiliza una sonda muy fina introducida a través de la nariz y con el extremo colocado justamente en la unión entre el esófago y el estómago; esta sonda mide de forma constante la acidez en ese punto y transmite la información a un aparato de registro que el niño lleva adosado o colgado en bandolera con aspecto muy similar al de un pequeño walkman; de esta forma se pueden luego determinar los cambios en esa acidez y ponerlos en relación con la actividad del niño en cada momento: reposo, juego, comida, postura, etcétera. 

El tratamiento de las formas más habituales de R.G.E. es el postural: colocación del niño tras las tomas y durante el sueño en posición ligeramente incorporada (entre 30º y 40º); puede usarse cualquier objeto debajo del colchón de la cuna poniendo un tope a los pies del niño para que no se deslice hacia la parte baja. Otra medida útil es el espesamiento de la alimentación mediante el añadido a los biberones de una cucharadita de almidón de maíz o de harina de arroz o algarroba.

Uno u otro de estos productos están incorporados a las fórmulas lácteas comercializadas con el apelativo A.R. (antirreflujo). En casos rebeldes se asociará algún medicamento neutralizador de la acidez, controlador de las secreciones gástricas o antiemético pero sólo bajo prescripción del pediatra para evitar efectos nocivos.

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