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EDITORIAL

Afganistán y los embelecos de Zapatero

Una vez más el presidente del Gobierno pretende enmascarar la auténtica naturaleza de la misión en Afganistán pintándola como si fuese un asunto de caridad.

Tras una rápida invasión a través del norte del país, en 1839 las tropas del imperio británico  entran en Kabul e instalan en el poder al Shah Shujah. En vez de extender su dominio sobre las zonas rurales, el ejército británico permaneció acuartelado en Kabul y en otras ciudades afganas. Poco a poco, los rebeldes fueron recuperando el control hasta que en noviembre de 1841 se produjo un levantamiento cuyo triunfo causó la humillante retirada del ejército del país más poderoso del mundo y la muerte de 16000 de sus soldados.

Desde que en 2001 las tropas de la OTAN lideradas por los Estados Unidos invadieron Afganistán y depusieron a los talibán, Occidente no ha sabido o no ha querido pacificar el país ni dotarle de los medios necesarios para que su población no dependa de los terroristas. Preocupados por la repercusión inmediata que en sus respectivas opiniones públicas causarían las bajas, muchos gobiernos europeos, y en especial el de España, optaron por mantener a sus tropas aisladas de su entorno. El resultado de esta política timorata es que de forma paulatina los talibán y sus aliados han ido ganando terreno y estableciendo bases de operaciones a en el territorio del nordeste y en las zonas fronterizas con Pakistán.

Las costosas e impopulares operaciones de castigo lanzadas por los Estados Unidos el año pasado podrían haberse evitado si la OTAN no se hubiese conformado con controlar Kabul y mantener una presencia testimonial en otros núcleos urbanos del país. Asimismo, la ausencia de alternativa al cultivo de la amapola, planta de donde se extraen el opio y la heroína y principal fuente de financiación de los yijadistas, ha provocado el reforzamiento de las mafias en varias provincias de Afganistán.

Así las cosas, la aprobación en la cumbre de la OTAN del ambicioso plan del presidente Barack Obama, que prevé un aumento de las tropas combinado con un impulso a las labores humanitarias y de cooperación económica y estabilización política, puede conllevar una mejora de la situación de Afganistán, un importante punto estratégico en la lucha contra el terrorismo islámico. Sin embargo, conviene recordar cómo iniciativas anteriores, tales como la Alianza del progreso promovida por John F. Kennedy, fracasaron por su miopía y falta de entendimiento de las condiciones sobre el terreno. Esperamos que la administración Obama aprenda de errores pasados propios y ajenos y que su plan no se limite al intento de sepultar un problema bajo miles de millones de dólares.

En este contexto, una guerra larga y costosa que los occidentales pretenden luchar en muchos frentes, la postura de Rodríguez Zapatero resulta cuando menos ridícula. Una vez más el presidente del Gobierno intenta enmascarar la auténtica naturaleza de la misión en Afganistán pintándola como si fuese un asunto de caridad. A sabiendas de que es más que probable que las nuevas tropas españolas permanezcan en suelo afgano más allá de las elecciones, programadas para el verano, los socialistas recurren a una nueva y torpe  añagaza denominando su aportación bélica "batallón electoral".

Hasta ahora, el pacifismo de salón practicado por el Ejecutivo se ha saldado con la irrelevancia de una España que cada vez cuenta menos donde más importa, es decir, en el seno de la Unión Europea y la Alianza Atlántica. La rectificación a medias de los socialistas es una buena noticia, pero no así su crónica falta de sinceridad. Pese a sus vanos esfuerzos por hacernos creer lo contrario, Rodríguez Zapatero continúa siendo un líder político dudoso. El pueblo español lo sabe. Nuestro aliados también.

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