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EDITORIAL

Aquelarre ecoalarmista en París

Lo que se pretende no es solucionar problema alguno sino hacer avanzar una multimillonaria agenda insensata profundamente liberticida.

Que miles de científicos se muestran convencidos de la inminencia de un catastrófico cambio climático es tan cierto como que buena parte de ellos vive del alarmismo que sus propias posiciones generan.

Esos miles de científicos que representan el consenso sobre la cuestión llevan años sin saber explicar por qué sus propias predicciones a cinco o diez años vista resultan siempre erróneas y sin embargo debemos creer a pies juntillas las que hacen a cincuenta o cien años. Se trata de individuos que, además, han protagonizado o silenciado vergonzosos escándalos, como el denominado Climagate, con descomunales mentiras, presiones y manipulaciones; escándalos que han minando la credibilidad no sólo de determinados científicos, sino de toda una teoría que necesita de ominosas intoxicaciones para sostenerse.

Pues a pesar de todo esto, la mayor parte de los medios de comunicación y prácticamente todos los responsables políticos de Occidente siguen dando al cambio climático la categoría de hecho crucial; tan es así que a aquellos que expresan sus dudas o, simplemente, no se suman entusiasmados a la corriente general se les llama "negacionistas", término generalmente reservado a los infames que niegan la existencia del Holocausto y que retrata no a los acusados sino a los inquisidores, de una pavorosa miseria moral.

Cuando es evidente que a la ciencia del clima le queda muchísimo por recorrer, y que el juego sucio y las manipulaciones están a la orden del día, lo que se pretende en cumbres como la que se está celebrando desde este lunes en París no es solucionar problema alguno sino hacer avanzar una multimillonaria agenda insensata profundamente liberticida y que castiga especialmente a los que más proclama defender: los miles de millones de seres humanos que lo que necesitan es energía accesible, eficiente y barata para, primero, garantizarse la mera supervivencia y, después, poder disfrutar del nivel de vida y desarrollo del que se disfruta en Occidente.

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