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EDITORIAL

Aznar no fue el Thatcher español

El viernes se cumplieron 30 años de la llegada de Margaret Thatcher al poder; como Aznar, tenía unos principios ideológicos acertados pero, a diferencia de Aznar, cuenta en su haber con el gran mérito de haberlos hecho realidad para beneficio de su país.

Con cuatro millones de parados y el PIB hundiéndose a tasas cercanas al 3%, no parece que sea necesario que venga nadie, tampoco José María Aznar, a recordar que la situación que vive España es "límite" y que estamos al borde de una "gran depresión". Sin embargo, dado que el Gobierno de Zapatero ha convertido la negación de la gravedad de la crisis en su principal política económica, no está de más que se insista en ciertas verdades elementales, a saber, que no podemos esperar recuperarnos gracias a la inercia internacional sino que el país necesita de reformas urgentes.

Aznar las conoce y las enumera con bastante precisión: el Estado tiene que reducir su fiscalidad asfixiante, hay que abaratar la producción eléctrica en España abandonando el carísimo e insostenible modelo de energías renovables y, por último, es necesario liberalizar un encorsetado mercado laboral cuyos siniestros resultados son más que visibles. Para lograr todo ello, es muy probable que Zapatero tenga que quitarse de en medio, algo que también apunta Aznar, ya que su programa político está basado en prejuicios ideológicos a los que no está dispuesto a renunciar.

Por supuesto el PSOE, regresando a la estrategia de tildar de antipatriotas a quienes le incomoden, ha criticado a Aznar por actuar "de forma poco respetuosa con el país" y lo ha vuelto a incluir en esa nebulosa que parece ser la responsable de todos los males habidos y por haber: el neoconservadurismo, la derecha y el fundamentalismo de mercado.

Al margen de que las tres ramas ideológicas no tengan demasiado que ver entre sí (salvo por el hecho de que ninguna de las tres se identifica en su totalidad con los planteamientos del PSOE), es evidente que Zapatero, al igual que Obama, está aprovechando la crisis para librar una guerra ideológica y expandir el poder del Estado. No se trata de buscar las auténticas causas que dieron lugar a este desaguisado –las expansiones crediticias de los bancos centrales– ni los motivos que están retrasando la recuperación –las nefastas políticas de los distintos gobiernos–, sino de generar un producto de marketing socialista capaz de justificar un proyecto ideológico de mucho mayor calado.

Sin embargo, aun siendo cierto el diagnóstico Aznar y aun cuando el PSOE se encuentre en las antípodas de la realidad, sí hay que reconocer que el ex presidente del Gobierno no es la persona más legitimada moralmente para extender recetas sobre los cambios que necesita nuestra economía.

Parecería que en este país siempre ha gobernado la izquierda y que el PP jamás ha tenido su oportunidad para implantar las reformas que requerimos. No conviene olvidar que Aznar gozó de una amplia mayoría absoluta durante su segunda legislatura y que con ella mantuvo las figuras tributarias que ahora considera asfixiantes, creó el sistema eléctrico basado en energías verdes que ahora está colapsando y dio carpetazo a una tímida liberalización del mercado laboral que tan desastrosos resultados arroja hoy. Así, por ejemplo, cuando Zapatero repite que no aceptará recortes en los derechos de los trabajadores, se está refiriendo a recortes en los niveles de regulación laboral que mantuvo el PP.

Aznar acierta grosso modo en sus prescripciones; no hace falta más Estado –como repite otro ex presidente socialista que como ZP tampoco tuvo demasiado éxito en su gestión económica– sino más mercado. Sin embargo, a Aznar le faltó la resolución y la valentía –que no el poder político– para implementarlas; algo que ahora todos padecemos.

El viernes pasado se cumplieron 30 años de la llegada de Margaret Thatcher al poder. La primera ministra británica tenía, como Aznar, unos principios ideológicos acertados pero, a diferencia de Aznar, cuenta en su haber con el gran mérito de haberlos hecho realidad para beneficio de su país.

Se quejaba ayer el PP de que los sindicatos les tratan peor que al PSOE. No es de extrañar. Si en lugar de retirar una tímida reforma laboral cuando contaban con mayoría absoluta y después de asistir al fracaso estrepitoso de la huelga general, hubiesen actuado como Thatcher librando batalla política y eliminando sus parasitarias subvenciones, tal vez ahora no tendrían de qué lamentarse. Como en la economía, de aquellos polvorosos complejos vienen estos lodosos resultados.

En Libre Mercado

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