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EDITORIAL

Castells y lo peor de la peor izquierda

Si poco se ha notado su paso por el Ministerio, aún menos se le echará en falta.

Cuando las informaciones periodísticas anunciaron la salida del Gobierno del ministro de Universidades, Manuel Castells, en las redes sociales se bromeó con que nadie parecía haberse dado cuenta de que seguía formando parte del Ejecutivo, tal era su irrelevancia.

Castells ha sido un ejemplo perfecto del resultado que se obtiene cuando se crea una estructura gubernamental cuya función no es gestionar mejor los asuntos públicos, sino satisfacer las necesidades partidistas de un Gobierno de coalición disparatado en el que los socios se afanan en acaparar poder y, sobre todo, pantalla.

Sólo hay una cosa tan evidente como la sangrante incompetencia de Castells: que no tiene el menor sentido la existencia de su cartera. Ambos, ministro y ministerio, han tenido el exclusivo fin de ajustar el reparto del poder entre socialistas y comunistas en el Gobierno de coalición PSOE-Podemos.

En las escasas ocasiones en que ha llamado la atención, Castells ha conseguido poner en evidencia su estupefaciente ignorancia –como cuando confundió al autor de La Regenta con su hijo–, el pavoroso estado de la Universidad española –donde ha gozado de un prestigio estupefaciente– y los estragos que es capaz de causar el Gobierno social-comunista, perfectamente capaz de empeorar lo que parecía empeorable.

Castells ha planteado una reforma de la Ley de Universidades que incide en los peores males que aquejan a la enseñanza superior española, especialmente el rechazo enfermizo al esfuerzo, el mérito y la excelencia, los únicos valores que pueden hacer que la Universidad cumpla con sus dos grandes deberes: la acumulación, generación y transmisión del saber y que éste pueda servir de ascensor social para quienes descuellan intelectualmente pero no tienen recursos económicos suficientes.

Castells, en suma, ha trabajado –afortunadamente, muy poco– para profundizar en el modelo educativo que defiende la izquierda realmente existente, que machaca a precisamente a quienes dice defender: los más necesitados. Pese a su retórica pobrista, la poca política que ha hecho Castells, que hasta este jueves era el ministro con mayor patrimonio en un Consejo de Ministros plagado de grandes patrimonios, ha sido para defender a los suyos: los ricos… y los vagos.

En el momento de su despedida, sólo cabe decir que, si poco se ha notado su paso por el Ministerio, aún menos se le echará en falta.

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