Cataluña está viviendo una época calamitosa. Una época caracterizada por el desgobierno y la ruptura de los consensos básicos para el normal funcionamiento de una sociedad moderna. Y protagonizada por una clase política tan insensata como incompetente en todo aquello que no sea robar a manos llenas, socavar las instituciones y envenenar la convivencia.
Cataluña ha llegado a esta situación oprobiosa por la acción del movimiento nacionalista, que ha manejado todos los resortes del poder en el Principado desde la instauración de la democracia, y por la inacción del Estado central, que ha mirado para otro lado y de esta manera consentido los desmanes del nacionalismo liberticida, que ha acabado por convertir esa región en una suerte de pseudo Estado fallido y canalla en el que el Poder es el que más y más gravemente perturba el orden y quebranta la legalidad.
Desde la instauración del pujolismo, no han sido pocas las voces, dentro y fuera de Cataluña, que han denunciado los atropellos del régimen nacionalista y vaticinado lo que ya está pasando. Pero se las ha ridiculizado, silenciado o directamente vilipendiado. Dentro y fuera de Cataluña.
Ahora, algunas de esas voces ponen el grito en el cielo, denuncian con contundencia todos y cada uno de esos males que estaban ahí hace décadas, cuando ellas los negaban o los encubrían, o cuando acallaban a las que dieron las primeras señales de alarma.
Qué tarde y qué vergüenza, que se pongan ahora en medio de la plaza a proclamar la solución sin antes confesar que han sido parte fundamental de este tremendo problema. Tengan al menos la decencia de, encima, no ponerse ni, menos aún, reclamar medalla alguna.