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EDITORIAL

11.000 muertos

Sí, es cierto que no se puede culpar al Gobierno de una epidemia como esta, pero por desgracia sí se le puede culpar de todo lo demás.

En este momento ya han muerto más de 11.000 personas en España por la epidemia de coronavirus. Es lo que admiten las cifras oficiales que probablemente tengan algunas lagunas, pero que aún así resultan terribles, absolutamente demoledoras.

Y por supuesto, el problema no es de cifras. El verdadero drama es que detrás de cada uno de esos números fríos hay una historia personal extremadamente dolorosa, no sólo por las muertes, sino por cómo se han producido en la mayoría de los casos: en soledad, sin la compañía de una familia que tampoco ha podido compartir su dolor o hacer un duelo apropiado, porque la situación es tan excepcional que ni siquiera se puede enterrar a un ser querido con la dignidad que todos y cada uno de los muertos merecería.

Pero además, si lo anterior no fuese suficiente el drama médico y humano que nos aflige en este momento trae consigo una crisis económica brutal, que va a llevar a muchísimos españoles al paro y a todo el país a un empobrecimiento notable.

Sí, es cierto que no se puede culpar al Gobierno de una epidemia como esta, pero por desgracia sí se le puede culpar de todo lo demás. Primero fue imprevisor no sólo cuando las noticias que llegaban de China invitaban a la preocupación, sino incluso también después cuando las que llegaron de Italia directamente llevaban directamente a la alarma.

Y más tarde, ya con la epidemia entre nosotros, toda su gestión de la crisis ha sido desastrosa: dudas, confrontaciones, bandazos, errores, enormes meteduras de pata… Así, aunque el Gobierno no sea culpable de la epidemia, a estas alturas es más que evidente que sí lo es de que su impacto y sus consecuencias estén siendo muchísimo peores de lo que podrían haber sido, extraordinariamente más graves que en otros países.

Los ejemplos de la responsabilidad criminal de esta banda que nos desgobierna son múltiples: la inacción antes del 8-M para poder sacar tajada partidista del aquelarre feminista; los consejos sanitarios completamente equivocados que han ido cambiando con el tiempo, como indicar a las personas que venían de zonas de riesgo que podían hacer vida normal o, quizá más llamativo aún, haber negado hasta este viernes que usar mascarillas es útil para prevenir el contagio; el acaparamiento de competencias que no han sabido gestionar; y, por supuesto, de las medidas económicas completamente disparatadas que parecen destinadas más a hundir el tejido productivo que a salvarlo.

Pero a pesar de la magnitud de la tragedia, de las cifras aterradoras de muertos, del desplome económico y de los datos también abrumadores de parados, no sólo no hemos visto una dimisión, es que ni tan siquiera una petición de disculpas o una admisión concreta y sincera de los errores cometidos.

Al contrario, cada día el Gobierno y sus diferentes facciones se han comportado de una forma más arrogante; cada día han dejado más claro que lo que de verdad les importa es la posición política en la que todo esto les dejará; cada día resulta más evidente que cuando piden lealtad en realidad están reclamando impunidad y, sobre todo, que pretenden aprovecharse de la crisis para hacer lo que sea con tal de mantenerse en el poder.

11.000 muertos ya y por desgracia sólo serán una parte de un total aún mayor. Por mucho que el Gobierno manipule, aunque compre con nuestro dinero a televisiones inmorales, no puede salirle gratis y no le saldrá gratis.

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