Durante su comparecencia en un coloquio organizado por Repsol YPF, el ex presidente del Gobierno Felipe González ha considerado que "la fuerte desaceleración económica" que padecemos "se le puede y se le debe llamar crisis", si bien ha pronosticado un ajuste "duro pero rápido".
Aunque no sepamos –ni probablemente él tampoco– en qué basa su pronóstico de una rápida recuperación, Felipe González, por lo menos, ha admitido la existencia de una crisis que, sin embargo, el actual presidente del Gobierno, tal y como ha demostrado en su primera sesión de control en el Senado tras las elecciones, sigue sin querer admitir.
Es tal la renuencia de Zapatero a llamar la cosas por su nombre y a afrontar la realidad, que a lo más que ha llegado el presidente para afrontar la destrucción de empleo neto que padece nuestra economía es denominarla "reducción de la capacidad para crear empleo". El grueso de su intervención, con todo, ha sido nuevamente la referencia al pasado para enumerar unos logros entre los que ha tenido la desfachatez de citar la de la "tasa de paro más bajo de la historia".
Ante esos idílicos logros pasados, mucho podríamos volver a decir tanto de las manipulaciones de Zapatero como de la inercia y herencia generadas por las reformas del anterior Gobierno del PP. Sin embargo, y con independencia de su naturaleza, lo cierto es que esos logros ya han desaparecido y que ningún escapismo, ya sea hacia el pasado como al futuro, los van a hacer reaparecer.
Lo que sí pretenden encubrir esos idílicos viajes por el tiempo, ya sean los de Zapatero o los de González, es la patente falta de soluciones de un vacuo "plan de choque" cuyo alcance es tan limitado como el que Zapatero insiste en otorgar al problema.
