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EDITORIAL

Diplomacia al estilo Maradona

Chávez siempre sube los decibelios en su relación con el país vecino cuando se siente débil, pero resulta difícil pensar que vaya a arriesgarlo todo a una carta de tan dudoso resultado como podría ser una guerra con Colombia.

La estrella del gorila rojo empezó a declinar el año pasado. Chávez fracasó en su intento de imponer en Honduras la inconstitucional reelección de su hombre en el país, Manuel Zelaya; un fracaso que lo humilló ante el resto de América Latina. Y su situación de debilidad quedó aún más clara en agosto, cuando fue incapaz de arrancar a los demás países sudamericanos una condena al acuerdo entre Colombia y Estados Unidos para que los militares norteamericanos instalaran varias bases en la selva para luchar contra el narcotráfico.

Al poco de llegar al poder, Chávez comenzó una labor de subversión de las instituciones que permiten la existencia de una sociedad libre. Logró la aprobación de constituciones hechas a su medida, que le permitiesen ser reelegido eternamente, y con métodos cada vez más descarados y dictatoriales fue deshaciéndose de todo vestigio de poder judicial independiente y de todo opositor mínimamente exitoso. Mientras disfrutaba de su éxito, procedió a exportar el modelo, con notables triunfos en Nicaragua, Ecuador y Bolivia. No obstante, no logró que su candidato en Perú alcanzara el poder y cuando su hombre en Honduras intentó cambiar la Constitución al modo chavista fue expulsado del poder por el Ejército, con el apoyo del parlamento y los tribunales.

Pero al margen de estos fracasos, el grano que siempre ha molestado más a Chávez durante todos sus años en el poder ha sido Colombia y su presidente Álvaro Uribe, verdadera antítesis del gorila rojo. El tirano venezolano ha destruido la clase media , las instituciones y la democracia de su país, mientras el presidente colombiano ha fortalecido a quienes más hacen por la prosperidad y la estabilidad, y ha respetado la división de poderes –abandonando el cargo tras la decisión de sus tribunales de no permitir un tercer mandato– y la democracia. Y el tiempo ha encargado de dejar a cada uno en su sitio.

Chávez y sus títeres han hecho todo lo posible por impedir que Colombia saliera del hoyo en el que le habían metido tanto los terroristas comunistas de las FARC y el ELN como los años de gobiernos que buscaron el diálogo y la cesión en lugar de la firmeza y la lucha contra el crimen. Tras el bombardeo que acabó con el terrorista Raúl Reyes en territorio ecuatoriano, Correa se hizo el ofendido pese a saberse entonces que los narcoterroristas habían financiado su campaña y establecido bases en su país. Venezuela, por su parte, siempre ha ofrecido un refugio seguro a estos criminales dedicados en cuerpo y alma a asesinar colombianos.

Ahora Colombia ha mostrado ante la OEA las pruebas de este apoyo de Chávez a las FARC, y éste ha reaccionado cortando relaciones, sin ser capaz de responder –como tampoco pudo hacer Correa en su momento– a la documentación aportada por el Gobierno de Uribe. Previsiblemente, como ya sucediera el año pasado, esta escalada quede en nada. Chávez siempre sube los decibelios en su relación con el país vecino cuando se siente débil, pero resulta difícil pensar que vaya a arriesgarlo todo a una carta de tan dudoso resultado como podría ser una guerra con Colombia.

De lo que no cabe duda de que el histrión venezolano, que ha anunciado la ruptura de relaciones con Colombia en un acto en el que lo acompañaba Diego Armando Maradona, pretende poner a prueba a Juan Manuel Santos, que tomará posesión en las próximas semanas. No creemos que el sucesor de Uribe, que declaró sentirse orgulloso del bombardeo en territorio ecuatoriano que acabó con la vida del terrorista Raúl Reyes, vaya a someterse a los designios del gorila rojo. Pero habrá que esperar, y ver.

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