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EDITORIAL

¿Dónde está la metralla?

Los datos aportados por los especialistas, en este caso las evidencias suministradas por la encargada del examen de los cuerpos de las víctimas del atentado, contradicen uno de los argumentos más importantes de la sentencia

Una vez más Libertad Digital y Libertad Digital TV, fieles a su compromiso de seguir investigando los hechos del atentando terrorista del 11 de marzo de 2004, les ofrecen datos que indican que la verdad legal alcanzada por el tribunal que juzgó el caso sigue estando incompleta. Ayer por la noche Carmen Baladía, directora del Instituto Anatómico Forense en el momento de los asesinatos y responsable de las autopsias realizadas a los cadáveres, negó tajantemente en el programa 11-M: La sentencia, que dirige y presenta Luis del Pino, que en los cuerpos de las víctimas mortales hubiera metralla.

Este hecho, que por alguna razón no fue tomado en consideración por el instructor del caso ni reflejado en la sentencia redactada por el juez Javier Gómez Bermúdez, es de suma importancia, ya que cuestiona la validez de una de las pruebas que el tribunal aceptó para basar sus conclusiones: la mochilla repleta de metralla que según la versión oficial fue encontrada en IFEMA entre los efectos personales de las víctimas llevados al recinto ferial tras la masacre, la conocida como "mochila de Vallecas".

Si, tal y como afirma el tribunal, existe un vínculo "preciso y directo" este esta bolsa y el resto de las bombas creadas y usadas por los terroristas para cometer sus crímenes, ¿cómo se explica que ni uno solo de los cadáveres contenga resto alguno de la metralla? De nuevo los datos aportados por los especialistas, en este caso las evidencias suministradas por la encargada del examen de los cuerpos de las víctimas del atentado, contradicen uno de los argumentos más importantes de la sentencia y arrojan nuevas dudas sobre la supuesta arma del crimen.

Confiamos en que el testimonio de Carmen Baladía, cuya labor en las horas siguientes al atentado sólo cabe calificar de encomiable, y que ya fue objeto de una brutal e insidiosa campaña por parte de los medios de Prisa al desmentir rotundamente la existencia de un suicida entre los perpetradores del crimen, no caiga en saco roto. Guste o no, lo cierto es que ni el explosivo ni el mecanismo usados para la comisión del atentado distan de haber sido esclarecidos más allá de toda duda razonable.

En este caso, son las leyes de la física elemental las que actúan en dirección contraria a la del tribunal, que debería haber sido prudente al usar ciertos términos categóricos para definir presunciones y conjeturas como si de verdades incontestables se tratara. A no ser que los terroristas sufrieran un despiste masivo, y que por alguna extraña casualidad la mochila que se dice fue encontrada en IFEMA fuera la única provista de metralla, y para colmo la única que no estalló, algo francamente inverosímil, las revelaciones ofrecidas ayer exigen que las partes del caso, pendiente de apelación ante el Tribunal Supremo, hagan un esfuerzo por averiguar la verdad más allá de indicios y conveniencias. Como demuestran las detenciones practicadas en Francia y en Barcelona en los últimos días, España sigue estando amenazada por terrorismos de diverso signo. Renunciar a la clarificación de los atentados del 11-M equivaldría a bajar la guardia ante los riesgos que se ciernen sobre los españoles, un lujo que ningún Gobierno ni tribunal se debe permitir. Con la seguridad, ni se juega ni se transa. Menos aún con la verdad.

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