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EDITORIAL

El escándalo del EGM

Ya podrá presumir la AIMC (Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación) del diseño técnico y el gran tamaño muestral del EGM, pero si falla de esta forma el trabajo de campo y su supervisión, el resto queda en papel mojado

Aunque el Estudio General de Medios (EGM) no gozaba desde hace años de excesiva "reputación", las conclusiones a la que ha llegado el equipo de investigación de la COPE, dirigido por José Antonio Abellán, indican que se trata de una auténtica farsa. El trabajo de investigación se ha llevado a cabo en 19 ciudades españolas e incluye grabaciones y actas notariales que desacreditan la validez de las encuestas, al mostrar una auténtica chapuza en la fundamental labor de recogida de datos.

Los encuestadores, "especialmente entrenados" según la empresa, tienen, en realidad una formación exclusivamente para el uso del ordenador que portan y muchos, inmigrantes, apenas hablan correctamente español. Los formularios se rellenan parcialmente y casi sin control, puesto que contienen más de 100 preguntas, algunas interesándose por la marca el horno o por cuestiones más personales como la entidad bancaria donde deposita su dinero. Sólo se supervisa, según el equipo de Abellán, el 4% y no se comprueba el contenido.

Ya podrá presumir la AIMC (Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación) del diseño técnico y el gran tamaño muestral del EGM, pero si falla de esta forma el trabajo de campo y su supervisión, el resto queda en papel mojado. Es más, tratar de que este estudio sea, a su vez, un estudio multimedia y poblacional, y que la propia AIMC hable de su "estimable valor referencial para otras muchas investigaciones no sólo de audiencia sino de mercado y opinión en general", puede llevar a un error estrictamente técnico –no imputable a los encuestadores– como es multiplicar las posibilidades de que el encuestado se muestre reacio, precisamente por haber incluido en el cuestionario preguntas más intimas que las estrictamente relacionadas con sus preferencias mediáticas.

Esas dificultades, provocadas por el frecuente afán de exprimir al máximo la muestra y extraer valor "para otras muchas investigaciones", supone elevar las tentaciones que incitan al encuestador a hacer de forma deficiente su labor de campo. No hay que extrañarse, tal y como asegura Abellán, que muchos terminen por eludir su trabajo y, tras recoger algunos datos básicos de cada persona –como profesión, edad o teléfono–, "el resto corra a cargo de su imaginación".

Si para colmo, y tal y como asegura Abellán, la supervisión posterior no es tal, todo el edificio del EGM se viene abajo.

Lo que nos parece evidente es que una denuncia en forma de investigación, que aporta pruebas graficas y notariales de esta monumental chapuza que, según la investigación, constituye el trabajo de campo del EGM, ni puede ni debe pasar desapercibida. Ni política ni mediáticamente.

Del EGM depende la publicidad, prácticamente el único ingreso y sostén de los medios de comunicación privados. Si los estudios de audiencia vienen distorsionados por la parcialidad o la falta de probidad, es la competencia de los medios y la propia libertad de expresión la que queda afectada. Claro que, quizá, el verdadero error técnico es la misma existencia del EGM.

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