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EDITORIAL

El gran teatro de la crisis

Es perfectamente lógico que nuestros subvencionados "artistas" den un paso al frente para defender al partido que los amamanta y para criticar ese sistema económico que les arrebataría las prebendas de las que hoy disfrutan: el libre mercado.

En España algunos empresarios y asalariados de ciertos sectores –especialmente el cinematográfico– han conseguido, no se sabe muy bien cómo, apropiarse del término "cultura", gracias al cual canalizan a sus patrimonios privados enormes cantidades de dinero público –ese que comienza sin ser de nadie, pero que termina teniendo dueños muy concretos. Tal es la complicidad del poder político con este grupúsculo organizado al que incluso se le ha creado un ministerio, el de Cultura, para mimarlo y tramitar sus exigencias.

No deja de ser curiosa la generosidad con la que muchos medios de comunicación tratan las reivindicaciones de estos sujetos, ya que si provinieran de cualquier otro sector (la banca, las eléctricas, la construcción inmobiliaria...) se los tildaría inmediatamente de lobbys o grupos de presión. Nadie dudaría de que cualquier industria que reclamara restricciones de la competencia, subvenciones y apoyo político estaría tratando de medrar a costa del resto de la sociedad, esto es, tratando de hacer pagar a los consumidores por algo que no sólo no les gusta sino que muchos de ellos detestan.

Con la etiqueta de "mundo de la cultura", este conjunto de empresarios, capitalistas y trabajadores han logrado carta blanca, no sólo para pedir que el Gobierno les llene con más dinero los bolsillos, sino incluso para influir en decisiones políticas de enorme calado, sin que casi nadie se escandalice. Sin embargo, convendría plantearse cuánto dinero y qué influencia poseería esta gente en ausencia de las numerosas intervenciones del Estado. Probablemente, salvo obvias excepciones, no demasiado. Formarían parte de una industria más en decadencia que debe reconvertirse buscando otros empleos y funciones con las que satisfacer a los soberanos consumidores.

Es normal, pues, que en estos momentos de tribulación salgan en defensa más o menos explícita del Gobierno que les concede tantos privilegios como desean. Ya se sabe que no conviene morder la mano de quien te da de comer, principio que nuestro "mundo de la cultura" lleva años aplicando a rajatabla. Pero además, es perfectamente lógico que nuestros "artistas" den un paso al frente para defender al partido que los amamanta y para criticar ese sistema económico que les arrebataría las prebendas de las que hoy disfrutan: el libre mercado.

El manifiesto que presentaron ayer ante los sindicatos –unos de los mayores responsables de la gravedad de la crisis que padecemos en España, especialmente en el ámbito laboral– sobre la debacle económica actual, se enmarca dentro de ese ejercicio de do ut des tan generalizado en la izquierda que además pretende influir en el debate intelectual sobre cuáles son sus causas y cuáles los remedios adecuados para fomentar la recuperación.

¿Pero acaso esta gente tiene algunas mínimas nociones de economía como para sostener que la crisis es consecuencia de la "libertad de capitales financieros", "del individualismo" o de las "crecientes desigualdades"? ¿Acaso han oído hablar, aunque sea de pasada, sobre alguna teoría de los ciclos económicos y de cómo minimizar la duración de las crisis, para proponer como recetario las subidas de impuestos, la explosión del gasto público y la regulación pública de prácticamente todas las actividades privadas? Obviamente no, porque por mucho tiempo libre del que cuenten gracias a las subvenciones, su campo de trabajo es el cine, y no la economía.

Entonces, ¿por qué se les concede la más mínima relevancia a la sucesión de vaguedades, falsedades y errones mayúsculos que conforma su manifiesto? Simplemente porque por muy intelectuales que se consideren, no se trata de dar la batalla intelectual, sino la propagandística. Y esto, como conocedores de la escenografía, saben muy bien cómo llevarlo a cabo.

Al final, por tanto, todo es pose e impostura. El agradecimiento estomacal de difundir una idea equivocada gracias a la posición que los políticos les han proporcionado. Odian al mercado por ser una amenaza a su acomodada posición y defienden a Zapatero como caja fuerta del Reino de la que echar mano. Dicen que se preocupan por los parados y los desnutridos, pero su sainete ideológico sólo conduce a que éstos se multipliquen. Se les podría criticar por ignorar los fundamentos más básicos de la ciencia económica, pero en última instancia de lo que viven es de explotar esa ignorancia. Su odiado Madoff estafaba por prometer rentabilidades ficticias y ellos estafan por vender como solventes ideas en bancarrota. Como actores, comediantes y payasos sólo están representando su papel. También en tiempos de crisis.

En Libre Mercado

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