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EDITORIAL

El islamismo se consolida con la victoria de Erdogán

El futuro presidente de la república turca carecería de freno real para imponer su verdadero proyecto político, que no es otro que convertir a Turquía en una referencia para el islam más radical.

Las elecciones generales que acaban de celebrarse en Turquía han dado de nuevo la victoria al AKP, la formación política dirigida por el primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, con más de la mitad de los votos emitidos y una más que cómoda mayoría absoluta en el parlamento nacional (aun cuando el AKP no ha llegado a obtener los dos tercios del parlamento que le permitirían reformar la constitución del país en solitario como sería el deseo de su principal dirigente).

A pesar de que las autoridades europeas y los principales medios de comunicación aseguran que Turquía es un país laico prácticamente homologable a las democracias occidentales, es preciso insistir en la evidencia de que Erdogan es tan islamista como cualquiera de sus colegas musulmanes que tantos recelos despiertan en esos mismos ambientes mediáticos y políticos de nuestro continente, en una muestra más de la incoherencia que aflige a las instituciones señeras del continente y no sólo a las de carácter político.

El primer ministro turco es un líder de referencia para aquellos movimientos islamistas que pretenden una tercera opción entre los saudíes de Arabia y los chíies de Teherán. Para los Hermanos Musulmanes del norte de África, por ejemplo, Erdogan es un modelo a seguir por su maestría en el manejo de los mecanismos democráticos a la hora de imponer progresivamente la agenda del islam en una sociedad cada vez menos abierta como es la turca.

Erdogan ha sabido compatibilizar las exigencias de un mundo globalizado y una política económica liberal en muchos aspectos con las rigideces sociales que exige una religión como el islam, de cuya imposición sin miramientos a medio plazo es un absoluto convencido.

Precisamente para dar el último giro de tuerca a su proyecto islamista, Erdogan pretende modificar la constitución para convertir a Turquía en una república presidencialista, con lo que, tras haber consumado tres legislaturas como primer ministro, presumiblemente tendría por delante un plazo lo bastante largo como para dirigir el país desde su presidencia acaparando más poder en detrimento del parlamento nacional.

Con los periodistas amordazados y los más conspicuos directamente en la cárcel –hay más periodistas encarcelados en la "avanzada" Turquía que en China– y desmantelado el estamento militar (la única oposición real a la que Erdogan ha temido alguna vez), el futuro presidente de la república turca carecería de freno real para imponer su verdadero proyecto político, que no es otro que convertir a Turquía en una referencia para el islam más radical.

Conviene insistir una vez más en que "islamismo moderado" es una contradicción en los términos. A pesar de la farfolla pseudodemocrática con que lo adornan desde Europa, el primer ministro turco es una prueba palpable de ello. 

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