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EDITORIAL

El mejor homenaje a las víctimas del terrorismo islámico

Asistimos a un delirante espectáculo protagonizado por numerosos medios de comunicación, sobre todo españoles, consistente en lograr que la operación militar que ha logrado abatir al terrorista más sanguinario del mundo deje de ser una espléndida noticia.

En los últimos días estamos asistiendo a un delirante espectáculo protagonizado por numerosos medios de comunicación, sobre todo en España, consistente en lograr que la operación militar que ha logrado abatir a tiros al terrorista más sanguinario del planeta deje de ser una espléndida noticia para la causa de la justicia y de la libertad y termine convirtiéndose paulatinamente en algo de lo que deba avergonzarse la democracia más antigua y sólida del mundo libre, los Estados Unidos de América.

En un primer momento los críticos de esta operación militar –impecable desde el punto de vista operativo, político y moral– se limitaron a cuestionarla sobre la base de algo tan estúpidamente obvio como que la muerte de Ben Laden no significaba la desaparición del terrorismo islámico. Nadie en su sano juicio, sin embargo, ha celebrado la desaparición física del principal responsable intelectual de la mayor masacre terrorista de la historia en base a esa memez, sino sobre la base de que su muerte ha sido un acto de justicia con el pasado, que acaba con su impunidad y que envía una señal nada neutra para los modernos enemigos de la sociedad abiertas: los Estados Unidos, lejos de doblegarse ante los terroristas, no cejarán en su empeño por castigarlos y derrotarlos.

Paralelamente, también se ha cuestionado la buena noticia sobre la base de que tal vez la noticia no fuera cierta. Así muchos medios de comunicación han exigido al Gobierno estadounidense que facilite la publicación de las fotografías del cadáver de Ben Laden como muestra de "transparencia" y como "prueba" de que efectivamente está muerto. Nada de ello es necesario: todo el mundo ha llegado a la convicción de que Ben Laden ha muerto no por una fotografía, sino por un análisis genético y sobre todo por la palabra del presidente de los Estados Unidos.

No menos frívola, pero mucho más perversa, es la crítica mediática que trata de cuestionar la determinación de abatir directamente al terrorista, en lugar de detenerlo y someterlo a enjuiciamiento de un tribunal, como si de una acción policial y judicial se tratara. Hacerlo de esta última forma habría sido, sin embargo, una irresponsable temeridad, que habría traicionado la lógica militar de esta operación. Estos medios críticos, que habrían igualmente criticado a Estados Unidos por detención ilegal, violación de la soberanía de Pakistan y violación de los derechos humanos por no someter al terrorista a un Tribunal Penal Internacional o aplicarle la pena de muerte, olvidan que tanto Bush como Obama han declarado y mantenido una declaración de guerra, y que tenían poderes presidenciales para ordenar la muerte de este genocida allá donde le encontraran.

El hecho es que todas estas críticas a EEUU con las que algunos creen incluso emular a Pericles en su defensa de la democracia ateniense son en realidad un canto a la debilidad y al suicidio frente a esta moderna Esparta que constituye el terrorismo islámico. Y desde luego, lo que no es menos evidente es que los norteamericanos no están para recibir lecciones, sino para celebrar la muerte de Ben Laden como el mejor homenaje que pueden rendir a sus millares de víctimas.

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