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EDITORIAL

El nefasto 'arriolismo' del PP

La gran contribución de Arriola consiste en hacer política sin política, lo cual, además de absurdo, no funciona.

El sonoro fracaso que cosechó Miguel Arias Cañete frente a Elena Valenciano el pasado jueves es el penúltimo ejemplo del desastre absoluto que supuso, supone y supondrá el arriolismo para las aspiraciones políticas del PP. Pedro Arriola, el ideólogo y estratega electoral de referencia en la calle Génova, lleva cerca de 20 años adoctrinando a la cúpula popular en la técnica del avestruz, consistente en esconder la cabeza bajo tierra y disimular con la vana esperanza de que el enemigo no se percate o, cuanto menos, no se moleste y, de este modo, simplemente, pase de largo. Esta particular filosofía no es otra que la del derrotismo, el acomplejamiento y la cobardía, y sus nefastos resultados, como es lógico, saltan a la vista.

Cañete, preparado a conciencia y en detalle por Arriola, siguió, punto por punto, el guión preestablecido por su guía. El candidato popular mantuvo en todo momento un perfil bajo, sin entrar al fondo del debate, amparado exclusivamente por datos económicos confusos, desordenados e ininteligibles para el gran público, en lugar de articular un sólido discurso basado en ideas y principios claros y firmes. Valenciano, por el contrario, siendo una candidata paupérrima, tuvo suficiente con la tradicional retahíla de falacias y abundante demagogia que tan hábilmente maneja el PSOE. Ahora bien, si venció es evidente que no fue por méritos propios, sino por incomparecencia del contrario. El discurso del PP brilló por su ausencia.

Éste, y no otro, ha sido siempre el objetivo de Arriola. Toda su estrategia a lo largo de estos años ha consistido en esconder los principios y valores ideológicos del PP bajo la alfombra. Es decir, disimular lo máximo posible bajo el argumento de que es más importante no movilizar a los contrarios que ilusionar a los propios o intentar convencer a los indecisos. Dicho de otro modo, cruzarse de brazos, no hablar de política y confiar en que el PSOE pierda. Sencillo, sí, pero también desastroso para el PP. Basta observar el éxito que ha cosechado el arriolismo en Cataluña y el País Vasco, o la última derrota que obtuvo Javier Arenas en Andalucía, cuando nadie apostaba por el PSOE -ni siquiera el propio PSOE-. Y lo mismo sucede en las generales. No en vano, la victoria de Mariano Rajoy a finales de 2011 fue gracias, exclusivamente, a la dureza de la crisis. En realidad, las últimas elecciones no las ganó el PP, las perdió Rodríguez Zapatero, como bien muestra el histórico desplome de votos socialistas. Y lo más grave es que, a pesar de este absoluto fiasco, Arriola se ha hecho millonario dirigiendo la estrategia electoral del PP y, de hecho, se mantiene aún en el cargo, sin que nada ni nadie perturbe su privilegiada posición. Su gran contribución consiste en hacer política sin política, lo cual, además de absurdo, no funciona.

Madrid, por el contrario, ha seguido la receta opuesta al arriolismo, con resultados muy positivos durante estos últimos años. La comunidad se ha convertido en el principal granero de votos del PP a nivel nacional gracias al liderazgo político e ideológico que en su día instauró Esperanza Aguirre y su equipo mediante un discurso cargado de principios y valores propios de la derecha tradicional, y defendido con convicción y sin complejos. Como consecuencia, el voto popular no ha dejado de crecer. Ambas posturas son, pues, antagónicas, al igual que sus respectivos resultados. Con el arriolismo instalado en Génova, el PP tan sólo puede aspirar a una cosa, a que el PSOE tropiece y pierda, conformándose así con las migajas.

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