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EDITORIAL

El peligro de cantonalizar Castilla y León… y después España

España que no puede permitirse convertirse en una constelación de taifas con el único proyecto común de, precisamente, destruir el proyecto en común.

Aunque al principio de la campaña parecía que la convocatoria había pillado con el pie cambiado a las diferentes candidaturas provincialistas que concurren a las elecciones de Castilla y León, las últimas encuestas las sitúan con posibilidades de obtener representación en varias demarcaciones, y en alguna de forma destacada, lo que sería sin duda un éxito para ellas… y un fracaso para la democracia española.

Cómo todas las reivindicaciones más o menos localistas, el desembarco de la mal llamada "España vaciada" en la política nacional nace de unos problemas reales y unos supuestos agravios históricos harto discutibles, pero sobre todo bebe del éxito que en las últimas décadas han tenido los agraviados profesionales de los partidos primero nacionalistas y después descaradamente separatistas.

Resulta tentador subirse al carro de la reivindicación regional, a la vista del supuesto éxito de catalanes y vascos a la hora de defender lo suyo, pero en realidad hay cosas mucho más importantes que conseguir prebendas presupuestarias, y de hecho el fracaso de Cataluña es hoy en día evidente; en cuanto al País Vasco, además de su horrendo pasado tan reciente de crimen terrorista, puede verse en una espiral de degeneración política y económica similar en los próximos años.

Por otro lado, desde un punto de vista más reciente y probablemente más comparable, se puede ver el resultado que este tipo de partidos está dando en el Congreso de los Diputados y en otras instituciones: el cantabrismo más asentado de Miguel Ángel Revilla no ha servido para mucho en Cantabria, y en Madrid apuntala al peor Gobierno de la historia reciente; el recién llegado Teruel Existe, por poner otro ejemplo, se ha convertido en una pieza esencial de lo más deleznable del sanchismo, mientras que la provincia y sus habitantes apenas han notado la existencia del diputado que teóricamente les representa; y los nacionalistas canarios no pueden presumir de mucho más que de mantener a su comunidad entre las que más paro sufre, con una economía que no logra arrancar más allá del turismo.

Es resumen: la reivindicación localista suele acabar mal para aquellos que hacen de ella su principal bandera política, pero sobre todo es letal para una España que no puede permitirse convertirse en una constelación de taifas con el único proyecto común de, precisamente, destruir el proyecto en común.

Los ciudadanos de Castilla y León deben pensarse seriamente si quieren dar el pistoletazo de salida a una nueva forma de hacer política que no es tan nueva, que ya ha demostrado en otros lugares su capacidad de hacer daño y que, de extenderse por toda España, puede llegar a convertirse en lo que siempre han deseado… los enemigos de España.

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