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EDITORIAL

El Pentacontapartito

El intento de Sánchez de formar un Gobierno tumultuario es la huida hacia delante de un político mediocre, incapaz de darse cuenta de que ha llegado el momento de marcharse a casa.

En contra de las advertencias de los principales líderes regionales de su partido y del mero sentido común, Pedro Sánchez parece decidido a intentar un acuerdo electoral con lo que él llama, con sonrojante eufemismo, "las fuerzas progresistas".

Estos partidos de progreso, según la visión del voluntarioso secretario general del PSOE, suman más de 50 formaciones, por lo que un Gobierno ahormado en función de esas alianzas sería nada menos que un pentacontapartito. Lo nunca visto en ningún lugar civilizado y, desde luego, mucho más allá de experimentos populistas como los característicos de la República Italiana y, ahora también, Portugal.

Pero, además del aspecto cuantitativo, hay otra diferencia decisiva que distingue al país vecino de la intentona que pretende llevar a cabo Pedro Sánchez para alcanzar el Gobierno de España. Se trata, naturalmente, de que Portugal no cuenta, para su fortuna, con el caleidoscopio de fuerzas antisistema y separatistas que han llegado a las Cortes españolas, cuyo principal propósito es acabar con la Nación a la que sedicentemente representan.

Una alianza de Sánchez con estos movimientos que buscan reventar el orden constitucional sería la tumba política del PSOE, algo que los principales barones del partido tratarán de evitar a toda costa, por la cuenta que les trae. Pero es que, además, los intentos de Pedro Sánchez por poner de acuerdo a semejante caterva de formaciones, a cual más delirante, está condenado al fracaso por la propia diversidad de intereses, a menudo contradictorios, que defienden unos y otros.

Sánchez, como Rajoy, debería haber acusado recibo del tremendo varapalo recibido en las pasadas elecciones generales y presentar su renuncia al cargo, la única respuesta coherente de políticos verdaderamente responsables. En lugar de asumir el coste de sus decisiones y ponerse de acuerdo para convocar nuevos comicios con liderazgos renovados, uno y otro pretenden endosar a todos los españoles el coste de su fracaso.

La decisión de Sánchez de intentar un Gobierno tumultuario es la huida hacia delante de un político mediocre, incapaz de saber cuándo ha llegado el momento de marcharse a casa. Su egoísmo nos aboca a una etapa prolongada de inestabilidad antes de resignarse a unas nuevas elecciones o, en el peor de los casos, a un pentacontapartito antisistema de cuya gestión, muy probablemente, España tardaría décadas en recuperarse.

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