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EDITORIAL

El PSC contra Cataluña

El XI del PSC ha supuesto un nuevo golpe a a la unidad de España, y lo que es aún más grave, a la libertad y a la igualdad ante la ley de los habitantes de esta nación. Hoy Cataluña es menos libre que ayer.

Con la solemne declaración de que Cataluña es una nación con territorio, historia y lengua propios, el PSC que dirige José Montilla culmina su proceso de traición no sólo a sus votantes, en su mayoría nacidos fuera de Cataluña o cuya lengua materna no es el catalán, sino a todos los catalanes, conminados también por los socialistas a participar en el acoso moral que sufren los habitantes de esa Comunidad Autónoma que no comparten el proyecto separatista y antiespañol de los nacionalistas.

La apuesta de los socialistas catalanes por un Estado multinacional, al que falazmente se refieren como federalismo, y la asunción de los postulados del nacionalismo (libertad para Cataluña, como si la región fuera un territorio invadido) culmina lo que nuestro colaborador Antonio Robles denomina acertadamente el fraude histórico del PSC. Una estafa que lleva a una buena parte de la población catalana a comportarse como si fuera culpable de algún pecado por utilizar el castellano, y que a la postre conduce al "Síndrome de Catalunya", es decir, a asumir el nacionalismo como algo connatural a la población de Cataluña.

Sin embargo, nada más alejado de la realidad que esa Cataluña pura y acosada por el vulgar invasor español que pintan los nacionalistas y a la que de hecho se sumó el PSC hace más de 20 años. Ni los usos lingüísticos de los catalanes cuando la casi omnipresente Generalidad no les dice cómo tienen que expresarse ni sus actitudes políticas, muestran que el discurso irredentista sea mayoritario entre los habitantes o naturales de esa región. El resultado del referéndum sobre el nuevo Estatuto, seguido con gran desinterés por los catalanes, la mitad de los cuales ni se molestó en acudir a las urnas, es prueba fehaciente del divorcio existente entre una clase política volcada en un discurso reaccionario y divisorio y una ciudadanía más preocupada por otros asuntos a los que los responsables de la Generalidad no han sabido o no han querido dar respuesta. Ahí están, por ejemplo, unas infraestructuras anticuadas a pesar del ingente presupuesto del Gobierno autonómico, dedicado a crear conflictos con el resto de España y no a tratar de solucionar los problemas de todos los catalanes, nacionalistas o no.

Por desgracia, no parece que exista en estos momentos una alternativa creíble y eficaz al nacionalismo en Cataluña. El PP, que en principio podría ser el partido natural de esa mayoría que se siente a gusto con el actual sistema constitucional, uno de los más descentralizados del mundo, cayó hace tiempo preso de un ridículo complejo que le llevó a tratar de confundirse con el paisaje nacionalista. Tras un breve periodo en el que parecía que los populares recuperarían el discurso nacional de antaño, las turbulencias en su seno se han saldado con una vuelta a los peores tiempos de sumisión al separatismo que ahora abraza con fervor el PSC. La negativa de la actual presidenta del PP de Cataluña, Alicia Sánchez-Camacho, a firmar el manifiesto en defensa de la lengua común, el español o castellano, y su afirmación de que no hay necesidad de reivindicarlo, es una de las peores noticias para los defensores de España en Cataluña. No es de extrañar que cada día sean más quienes, ante la deriva hacia ninguna parte del PP, se adscriban a formaciones como Ciudadanos o UPyD, que al menos tienen claro lo que son y lo que piensan de España.

El XI Congreso del PSC ha supuesto un nuevo golpe a la unidad de España, y lo que es aún más grave, a la libertad y a la igualdad de derechos de los habitantes de esta nación. Hoy Cataluña es menos libre que ayer, y a casi ninguno de sus políticos parece importarle.

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