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EDITORIAL

Entre los trapicheos de Urdangarin y los elefantes de Botsuana

No podemos dejar de destacar el contraste que ofrece este malestar de muchos ciudadanos y medios de comunicación por la cacería de elefantes con el silencio mantenido ante episodios en los que el Rey ha descuidado su papel de manera mucho más criticable.

La polémica desatada por el viaje del Rey a Botsuana, lejos de amainar, no ha hecho otra cosa que acrecentarse. La portavoz del PSOE, Soraya Rodríguez, no sólo ha asumido plenamente las palabras que el lunes pronunció Rubalcaba, quien aseguró comprender perfectamente el malestar y la indignación que ese viaje ha causado en los ciudadanos, sino que ha llegado a dar por hecho que el monarca se dirigirá a la sociedad española para explicarse y, previsiblemente, plantear algún tipo de disculpas.

Por mucho que nos parezca absolutamente impropio que una portavoz de un grupo parlamentario se permita fijar la agenda de intervenciones del Rey –más aun comprometiéndola con una petición de disculpas–, no podemos dejar de reiterar el gran error de Don Juan Carlos al irse de vacaciones cinegéticas a África en plena crisis económica. Eso, por no hablar del nada aclarado conocimiento que tenía el gobierno respecto del viaje de marras. Si el desembolso económico que requiere este tipo de safaris puede transmitir una imagen de indiferencia ante la crítica situación que padecen millones de ciudadanos, aun sería peor el hecho de que el monarca hubiera sido invitado al mismo. Hay ciertos regalos que ninguna autoridad pública, y menos aun el Jefe del Estado, debe aceptar. Y esto valdría tanto para unos trajes, en el caso de un presidente autonómico, como para unas, aun más caras, cacerías en el caso de un monarca.

Reiterado esto, no podemos dejar de destacar el contraste que ofrece este malestar de muchos ciudadanos y medios de comunicación por la cacería de elefantes con la indiferencia y el silencio mantenido ante episodios en los que D. Juan Carlos ha descuidado su papel de manera más criticable que el que merecen sus aficiones cinegéticas. A pesar del balance globalmente positivo que ofrece su reinado, el Rey no siempre ha desempeñado con acierto y firmeza su papel de moderador y arbitro ante envites claramente rupturistas e inconstitucionales como los vividos con el plan Ibarretxe, con el estatuto catalán o con las negociaciones con ETA. No todo ha sido "ejemplar" en sus, a veces, amistades peligrosas y en el cuidado de sus relaciones familiares.

Las críticas que ha causado este viaje también contrastan con el silencio que tantos están manteniendo ante una noticia no menos reciente y más preocupante como es que en los correos del duque de Palma se mencione al Rey y a la infanta Cristina como mediadores en las actividades del Instituto Nóos y en unas fechas, en las que, se supone, la Corona ya había pedido a Urdangarin que se apartara de esos negocios. Naturalmente, todo podía ser debido al deseo del duque de Palma de utilizar de manera más convincente la figura de su suegro y de su esposa; pero, puestos a pedir explicaciones públicas a la Casa del Rey, ¿no las merecería mucho más este gravísimo asunto que el desafortunado e inoportuno viaje a Botsuana?

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