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EDITORIAL

España no puede abandonar a los demócratas venezolanos

No sólo porque su lucha es justa, también para cerrar el paso definitivamente a los bolivarianos de este lado del Atlántico.

El próximo 6 de diciembre se celebran en Venezuela unas importantísimas elecciones legislativas que pueden suponer un hito fundamental en la demolición del régimen chavista, que ha logrado sobrevivir a su creador sumiendo al país en cotas cada vez mayores de opresión y pobreza.

A pesar de no tratarse de unas presidenciales, será difícil que el régimen tal y como lo conocemos ahora y, sobre todo, Nicolás Maduro logren sobrevivir a una derrota como la que un proceso electoral limpio casi seguro les supondría; no es extraño por tanto que los chavistas hayan puesto en marcha su inmensa maquinaria de manipulación y coacción para conseguir la victoria como sea.

Así las cosas, y tal y como ha afirmado María Colina Machado este jueves en el Congreso del Partido Popular Europeo por medio de un vídeo, los venezolanos necesitan a los demócratas del mundo "acompañando" su causa.

Para que esto ocurra es fundamental que España, cuya influencia en y sobre Iberoamérica es incuestionable, debe colocarse con nitidez del lado de la justicia y la democracia, es decir en contra de ese régimen "colectivista, militarista y autoritario" –como lo ha descrito con acierto la propia María Corina Machado– que está devastando Venezuela.

Sin embargo, no parece que sea eso lo que vaya a hacer el Gobierno español, y aún menos un ministro como José Manuel García Margallo, que a lo largo de la legislatura se ha distinguido por mantenerse siempre equidistante entre las democracias y las dictaduras, los opresores y los oprimidos, incluso –tal y como se ha visto recientemente a cuenta de Israel– entre los terroristas y sus víctimas.

Es sintomático y preocupante que las personalidades españolas que más se han distinguido en los últimos años en la lucha por la democracia en Venezuela sean Felipe González y José María Aznar, es decir, dos expresidentes que ni mucho menos fijan posición a sus respectivos partidos.

La política exterior española debe favorecer e impulsar la democracia en cualquier rincón del mundo, y pero sobre todo en Iberoamérica, y especialmente en Venezuela, donde el chavismo liberticida ha establecido cabezas de puente que ya han conseguido penetrar en plazas de crucial importancia.

Ni los españoles ni el Gobierno pueden dejar en la estacada a los demócratas venezolanos. No sólo porque su lucha es justa, también para cerrar el paso definitivamente a los bolivarianos de este lado del Atlántico.

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