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EDITORIAL

España ya no está para experimentos autonómicos

Si a su ruina económica se suma la profunda deslealtad de muchos de sus dirigentes para nuestro proyecto común, lo extraño resultaría que los españoles no estuviéramos por, como poco, reducir los excesos de este experimento fallido.

Rara vez se encuentra tal unanimidad en asuntos políticos, y menos en una encuesta encargada por un medio tan contrario a la opinión mostrada de forma tan mayoritaria por los españoles. Pero a nadie debería sorprender. Aunque muchas veces silenciado por la casta tanto política como mediática, el hartazgo ante los abusos y el despilfarro de las autonomías ya existía antes de la crisis; resulta natural que haya aumentado al no ver los españoles que nuestras taifas se estén ajustando el cinturón como han hecho ellos.

Ciudadanos y empresas hicieron su ajuste muy pronto, al comienzo de la crisis. El Estado no lo ha hecho, y en conjunto las administraciones gastan alrededor de un 25% más de lo que ingresan desde 2008. Un abrumador 81% de los españoles cree que, al menos en parte, esta situación se debe al extraordinario desarrollo de los diecisiete miniestados; tan sólo un 13% cree que la problemática situación financiera es un problema pasajero y que todo deba seguir igual.

Al contrario de lo que argumentan socialistas y keynesianos varios, el Estado no crea riqueza; su papel consiste en proporcionar reglas justas y estables que permitan al sector privado hacerlo. Se vio con claridad con aquel absurdo y contraproducente Plan E de Zapatero, cuyo único logro fue aumentar el gasto del Estado para obras en su mayor parte inútiles, aportando un crecimiento económico efímero que desapareció en cuanto se acabó. El desproporcionado tamaño del Estado español no ayuda, sino que entorpece enormemente a nuestra economía y dificulta la recuperación.

Si cada vez resulta más evidente la necesidad de reducir el tamaño del Estado, y si durante los últimos años se ha producido una descentralización acelerada de la administración central a las autonomías, parece evidente que la parte mollar del ajuste deban hacerla las regiones. Si a esto se suma la profunda deslealtad de muchos de sus dirigentes para nuestro proyecto común, ejemplificada una vez más esta semana por los nacionalistas catalanes, lo extraño resultaría que los españoles no estuviéramos por, como poco, reducir los excesos de este experimento fallido.

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