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EDITORIAL

Espectáculo totalitario en el Camp Nou

El espectáculo independentista del domingo habría hecho palidecer de envidia a muchos regímenes totalitarios.

Cumpliendo su promesa, o más bien su amenaza, el nacionalismo catalán convirtió el FC Barcelona-Real Madrid del pasado domingo en un espectáculo que, por desgracia, fue mucho más allá de lo deportivo. Un espectáculo, además, que habrá hecho palidecer de envidia a muchos regímenes totalitarios, pues sólo en sociedades que sufren el yugo de una feroz dictadura se puede concebir la unanimidad y grandilocuencia de la performance que se desarrolló en las gradas del Camp Nou.

Que de los casi 100.000 espectadores no hubiese ni una pequeña porción que se negase a sumergirse en el mosaico con el que se formó la inmensa bandera catalana habla mucho, pero no bien, de lo satisfechos que están no pocos catalanes al desaparecer como individuos y convertirse en una parte minúscula de la colectividad independentista. Y lo mismo se puede decir del masivo y unánime grito de "¡Independència!" que se oyó en el minuto 17:14 de juego.

Una sumisión a la masa y a los designios del grupo que, simbolizada en los espectadores-ciudadanos que desaparecían bajo en el inmenso mosaico, habría hecho las delicias de los organizadores de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín.

Hay ya quien intenta comparar la demostración en el Camp Nou con las muchas banderas españolas que han podido verse tras los recientes triunfos de la selección. El argumento es falaz: un combinado nacional sí que representa a un país; un equipo que juega contra unos compatriotas, no. Además, nada tiene que ver la decisión individual de lucir una bandera en el balcón o por la calle con el espectáculo de la masa sumergiéndose bajo una inmensa enseña o gritando lo mismo en el mismo momento.

¿Es esa la propuesta que el nacionalismo catalán tiene para el futuro de Cataluña? Desde este domingo está todavía más claro que sí.

La ceremonia de la confusión nacionalista ha tenido su prolongación en las portadas de la prensa del día posterior: casi nadie parece haberse dado por enterado de lo que se vivió y del terrible carácter totalitario del espectáculo. El grado de surrealismo llega a su cénit en La Vanguardia, que tras promover durante días el show independentista ni tan siquiera lo cita en portada. Provocar la noticia para después no contarla o, dicho de otro modo, qué no debe ser el periodismo.

Finalmente, volvemos a echar de menos una respuesta del Gobierno español acorde con la gravedad de una situación de la que estos hechos no son sino un clarísimo síntoma. Si el día después de que 100.000 catalanes gritasen por la independencia en un campo de fútbol todo lo que se le ocurre al Ejecutivo es hablar de "la marca España" es que España, efectivamente, tiene un problema grave; mucho más allá, o quizá más acá, de la marca.

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